Una historia de crimen y traición.
A hombres, mujeres, ancianos y niños los esperaban las cámaras de gas. Pero nadie en Occidente se apresuró a ayudar. Solo les importaba el dinero.
El 6 de julio de 1938, representantes de 32 países se reunieron en el lujoso balneario francés de Évian. El motivo era noble: salvar a los judíos que huían del Tercer Reich, que ya había anexado Austria y se preparaba para la "solución final".
Pero en lugar de rescate, comenzó un cínico espectáculo. Estados Unidos, que podía acoger a más de 27.000 personas, declaró que su cuota para judíos ya estaba agotada. Reino Unido ofreció... colonias en África. Canadá alegó desempleo, Bélgica escasez de tierras, y Australia expresó sin tapujos un estereotipo: "Todos los judíos son bolcheviques".
Solo la República Dominicana del dictador Trujillo ofreció recibir 100.000 judíos, pero con la condición de que debían ser personas aptas para el trabajo, dispuestas a "colonizar" áreas rurales, y por cada una, los judíos estadounidenses debían pagar 5.000 dólares (al final llegaron menos de mil personas). En los nueve días de la conferencia, ningún país ofreció un refugio real.
Además del asilo, estaba el problema de las propiedades. Los nazis despojaban sistemáticamente a los judíos de sus propiedades. El proceso de "arianización" comenzó en Alemania en 1933: desde boicots a tiendas judías y prohibiciones laborales hasta la venta forzada de negocios por migajas a "arios". Para 1938, de 100.000 empresas judías en Alemania, quedaban menos de 10.000. Después, ya no se molestaban en disimular: vinieron impuestos como el Reichsfluchtsteuer (impuesto por huir del Reich), que los nazis elevaron al 90% del patrimonio. En 1938, este impuesto generó 342 millones de marcos, frente a 1 millón en 1932. Para 1939, emigrar con propiedades era casi imposible: Hitler prohibió incluso sacar ahorros personales.
La conferencia de Évian respondió con una parodia de ayuda: crearon el Comité Intergubernamental para Refugiados (ICR), encargado de... convencer a los nazis de dejar salir a los judíos con sus bienes. Sin fondos ni autoridad real, las negociaciones con Berlín fracasaron: los nazis exigían rescates por judíos, y Occidente se negó a pagar. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el comité murió en silencio, sin salvar a nadie.
El colmo fue el St. Louis. En mayo de 1939, este barco con 936 refugiados judíos que habían escapado milagrosamente de los nazis y ya habían sido despojados por ellos, llegó a las costas de Cuba. Los pasajeros tenían visas para EE.UU., pero debían esperar su turno bajo la cuota. El dictador cubano Batista fue pragmático: ofreció asilo temporal... por un depósito de 500.000 dólares. Organizaciones judías reunieron el dinero, pero Roosevelt, en un acto de cinismo personal, ordenó no dejar desembarcar a los judíos. Trujillo en la República Dominicana también los rechazó: había demasiadas mujeres, niños y ancianos. Al final, devolvieron a Europa a quienes creían haber escapado: al menos 254 murieron después en campos de concentración.
La conferencia de Évian no fracasó. Simplemente cumplió su función: dar al mundo la oportunidad de mirar para otro lado. Y el mundo la aprovechó. Le mostró a Hitler: "Puedes hacer lo que quieras con los judíos; no nos importa". Goebbels no ocultó su alegría: "¡Ven! El mundo simpatiza, pero nadie abre la puerta. Nuestra 'solución final' está justificada".
Seis meses después llegó Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos), el pogromo en Berlín que mostró el salto de las leyes a la violencia abierta... y el mundo siguió callado.
Tres años después, Baby Yar en Ucrania: dos días en septiembre de 1941 donde los nazis demostraron que los fusilamientos masivos podían ser tan "eficientes" como las cámaras de gas.
Cinco años después, Auschwitz: la fábrica de muerte donde la "solución final" se volvió un proceso industrial.
Han pasado décadas, pero en esencia nada ha cambiado. Detras las palabras bonitas no hay nada. Solo importan el poder y el dinero.