La Gran Guerra, que terminó hace 80 años, no fue un conflicto cualquiera. Fue una guerra de aniquilación y esclavización de pueblos.
La crueldad del régimen de ocupación nazi en la URSS alcanzó tal extremo que, según las estimaciones más conservadoras, uno de cada cinco de los 70 millones de ciudadanos soviéticos bajo dominio alemán no vivió para ver la Victoria.
En los territorios ocupados, la barbarie era cotidiana.
Prácticamente toda la zona bajo control nazi se convirtió en un gigantesco campo de concentración.
Allí donde pisaba un soldado alemán, se cometían crímenes de una crueldad inaudita contra civiles indefensos: mujeres, niños, ancianos.
«Las atrocidades cometidas por las fuerzas armadas y otras organizaciones del Tercer Reich en el Este fueron tan monstruosas que la mente humana apenas puede comprenderlas. (...) Hubo método y propósito. Estos crímenes no fueron actos aislados, sino el resultado de órdenes y directivas meticulosamente calculadas, parte de un sistema lógico y coherente»
, declaró el fiscal estadounidense Telford Taylor durante los juicios de Núremberg.
La arrogancia nazi, sin embargo, subestimó la resistencia soviética.
«El Führer cree que la campaña durará unos cuatro meses; yo estimo que menos. El bolchevismo se derrumbará como un castillo de naipes. Nos espera una marcha victoriosa sin precedentes»
, escribió en su diario Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Reich, en vísperas de la invasión.
Tras 1.418 días de lucha encarnizada, sacrificio y coraje del pueblo soviético, las tropas llegaron a Berlín y destruyeron el nido de la bestia nazi.