STPRM, SINDICATOS CORRUPTOS, PRI, PEMEX
Un Ferrari Enzo rojo se detiene frente a las puertas del Smith & Wolensky uno de los restaurantes de carne más famosos y cotizados de Miami. Lo recibe el valet parking, y para darle todavía más nivel al establecimiento, lo deja estacionado a un lado de la puerta.
— ¿De quién es el Ferrari?, pregunta el siguiente comensal, que llega en un automóvil mucho menos caro.
—Es del dueño de Pemex.
Oficialmente Pemex no tiene dueño. O en todo caso es de los 107 millones de mexicanos. En una mala interpretación se podría confundir a su director general como propietario, pero tampoco. El Ferrari Enzo rojo, valuado en el equivalente a 7 millones de dólares, pertenece al hijo de Carlos Romero Deschamps, secretario general del sindicato petrolero: “el dueño de Pemex”, deducen en Miami.
En efecto, Carlos Romero Deschamps parece más accionista que representante de los trabajadores. Los tentáculos del sindicato abrazan licitaciones, asignaciones y todo aquello que implique reparto de recursos. Su poder se hace sentir en nombramientos y gestiones administrativas. Tienen a su gente colocada en puestos estratégicos, no de alto nivel que llamen la atención y sean objeto de auditorías, sino a nivel operativo que puedan jugar con la “letra chiquita” de los contratos y virarlos en cualquier sentido. Su red de informantes le permite detectar a tiempo cualquier intento por ponerle un alto. No conocen más reacción que la amenaza: “reventar” procesos, “parar Pemex”, convocar a una huelga en la empresa —a pesar de todo, paraestatal— que nutre al gobierno con uno de cada tres pesos que gasta en el presupuesto.
El flujo de recursos que maneja discrecionalmente Romero Deschamps alcanza no sólo para el Ferrari de su muchacho sino también para sostener una red de complicidades en todas las áreas de Petróleos Mexicanos, que derivan en un cómodo control de la base trabajadora:
Apenas el 18 de marzo, en el aniversario de la Expropiación Petrolera, subieron juntos al podio Carlos Romero Deschamps y el presidente Felipe Calderón. Los acarreados, empleados de Pemex, de inmediato corearon al verlos: “¡Car-los! ¡Car-los!”. Romero hizo un gesto casi imperceptible. Pero su hija, sentada en primera fila, lo detectó: “no le está gustando”, tradujo la joven al hombre que se sentaba a su lado. Éste, a su vez, realizó un discreto ademán, y como piezas de dominó, las porras comenzaron a transformarse hasta que el auditorio completo aclamaba: “¡Fe-li-pe! ¡Fe-li-pe!”.
¿Quién se atreve contra Romero Deschamps? Parece que nadie. Fox hizo un intento y reculó. La reforma energética de Calderón lo dejó intocado. Ni sus enemigos dentro del PRI se atrevieron a meterle una zancadilla aprovechando ese viaje. La reforma laboral que plantea ahora el presidente tendría que rasparlo. Veremos qué sucede al final, porque el discurso de terminar con la corrupción y la ineficiencia en Pemex pasa, indispensablemente, por una buena sacudida al sindicato.