Les dejo esta otra cara de las expropiaciones.
Si una actividad es muy rentable y depende de un recurso natural
propiedad de la nación, parece un sinsentido que lo explote un privado. Éste es
el caso del petróleo. Es un negocio garantizado. Lo racional parece ser que lo
explote el Estado. ¿Cómo hacerse del petróleo si éste está en manos privadas?
Expropiando. Se ha visto en muchos lados. El último en hacerlo fue Argentina la
semana pasada. Con una reforma legal se adueñará del 51 por ciento de las
acciones de YPF, las cuales pertenecen a la petrolera española Repsol, y con
ello de importantes reservas de petróleo y gas. El problema está en la
ejecución. El primer costo es que otros inversionistas crean ser los siguientes
expropiados, aunque ya los que están en Argentina son valientes dada la historia
reciente. En diciembre del 2001 Argentina anunció la suspensión de pagos de su
deuda externa.
Está fuera de los mercados internacionales desde entonces. Se adueñó de
los ahorros de las Afores. Impone restricciones comerciales fuera de las
prácticas de la OMC. No suele pagar lo que expropia. Un costo más significativo
es que los litigios en torno a la expropiación hagan difícil encontrar socios
para su explotación, sin lo cual será difícil que puedan hacerlo. Si bien las
utilidades de YPF son buenas, para revertir el déficit de combustibles que
alcanzó el año pasado más de 9 mil millones de dólares, una de las supuestas
razones de la expropiación, requiere invertir varias veces esas utilidades. No
tiene esos recursos. Éstos son los problemas menores. El más complejo es
entender las razones por las que hay tan pocas empresas estatales exitosas en
América Latina, las excepciones más notables son Petrobras y Codelco, la minera
de cobre propiedad del gobierno de Chile. O para ir a la historia de las que
fracasaron, ¿por qué Argentina tuvo que privatizar YPF en el año 1999? Las
razones son la enorme corrupción, la incompetencia y el uso político de estas
empresas en la región.
Cuando el presidente Néstor Kirchner quiso tener un mayor control sobre
YPF, la presionó para venderle el 25 por ciento de las acciones a un grupo de
nombre Grupo Petersen, propiedad de la familia Eskenazi. Este
"afortunado" inversionista no tuvo que desembolsar recursos. Obtuvo
algunos créditos, uno de ellos del propio Repsol, mismos que eran cubiertos con
los altos dividendos que, ahora se critica, explican los bajos niveles de
inversión. Hay sospechas de que el verdadero dueño no era Eskenazi. Con estos
turbios manejos es muy difícil darle una buena dirección a las empresas
estatales. Éstas suelen estar presionadas por los sindicatos que solicitan
salarios y condiciones para sus trabajadores muy superiores a las del mercado y
rodeadas de contratistas amigos o con influencia política. Las empresas
estatales promueven con éxito hacer del sector un monopolio. Ante las
dificultades de operar, lo mejor para ellas es ser la única. Luego vienen las
presiones por extender ese monopolio más allá del negocio central, en este caso
el petróleo, para pasar a otros como gas, refinerías, petroquímica o transporte
de productos. Son, finalmente, fáciles presas de los cambios políticos. Pdvsa,
la petrolera de Venezuela, era una empresa bien administrada.
Llegó Chávez y se la apropió como fuente considerable de recursos y de
empleo. ¿Cuál ha sido la razón del éxito de las empresas estatales chinas o de
Petrobras? Tener competencia y estar listadas en el mercado accionario. Lo
primero las obliga a ser eficaces. Conviene tener también empresas privadas en
el atractivo negocio de extracción de petróleo, cobrando los impuestos y
regalías correspondientes, para saber si la empresa estatal no está siendo mal
administrada. Igual descubre el Estado que es más rentable que exploten el
petróleo los privados. Lo segundo les impone prácticas administrativas más
cercanas a las de una empresa privada. Esto hace más difícil las prácticas
corruptas con contratistas amigos y los excesos de personal. Para que el
mercado funcione, el Estado debe tener capacidades e instituciones regulatorias
fuertes e independientes del gobierno y de las propias empresas estatales. Sin
ellas, las grandes empresas abusan de su posición dominante. Con competencia,
listadas en el mercado accionario y con autoridades regulatorias sólidas,
pueden prosperar las empresas estatales. Sin estas condiciones el riesgo de que
YPF termine en la quiebra como se encontraba antes de su privatización es alto.