Les
dejo este artículo sobre los peligros latentes de la planta nuclear
Japonesa y que lo medios de comunicación ya no toman en consideración, 3
años del incidente (Marzo 2011) y el gobierno no quieres hacer nada..
-****-
En Fukushima han desaparecido los núcleos derretidos pero las emisiones radioactivas siguen secretamente supurando.
La
dura censura dictatorial de Japón ha ido acompañada de un apagón
–exitoso- en los medios corporativos globales a fin de que Fukushima
permanezca lejos de la mirada pública.
Pero todo eso no mantiene la radiación real alejada de nuestro ecosistema, nuestros mercados… o nuestros cuerpos.
Las especulaciones acerca del impacto final van desde lo totalmente inofensivo a lo intensamente apocalíptico.
Pero
la realidad básica es muy simple: a lo largo de siete décadas, las
fábricas de bombas del gobierno [EEUU] y los reactores de propiedad
privada han estado arrojando a la biosfera cantidades masivas de
radiación.
Se
desconocen fundamentalmente los impactos de estas emisiones en la salud
ecológica y humana porque la industria nuclear se ha negado
rotundamente a estudiarlos.
En
efecto, la presunción oficial ha sido siempre mostrar que las pruebas
de los daños causados por las bombas nucleares y los reactores
comerciales es un asunto de las víctimas y no de quienes los perpetran. Y
que, en cualquier caso, la industria saldrá prácticamente sin perjuicio
alguno.
Esa
mentalidad de “no ver el mal y no pagar el daño” data de los bombardeos
de Hiroshima hasta llegar a Fukushima y al próximo desastre… que podría
estar sucediendo mientras leen estas líneas.
Aquí
van 50 razones preliminares de por qué ese legado radioactivo exige que
nos preparemos para lo peor respecto a nuestros océanos, nuestro
planeta, nuestra economía y… nosotros mismos.
En
Hiroshima y Nagasaki (1945), el ejército estadounidense negó
inicialmente que se hubiera producido lluvia radioactiva u otro tipo de
daño. A pesar de carecer de datos significativos, las víctimas
(incluyendo un grupo estadounidense de prisioneros de guerra) y quienes
las apoyaban fueron oficialmente “desacreditadas” y despreciadas.
Asimismo,
cuando los ganadores del Nobel Linus Pauling y André Sajarov
advirtieron acertadamente sobre el enorme número de víctimas en todo el
mundo a causa de las pruebas con bombas nucleares, se les despachó con
oficial desprecio… hasta que ganaron en el tribunal de la opinión
pública.
Durante
y después de las pruebas con bombas nucleares (1946-1963), a las
personas que vivían al alcance de los vientos en el Pacífico Sur y en el
oeste de EEUU, además de los miles de “veteranos atómicos” de EEUU, se
les dijo que sus problemas de salud provocados por la radiación eran
imaginarios… hasta que resultaron completamente irrefutables.
Cuando
la doctora británica Alice Stewart demostró (1956) que incluso dosis
diminutas de rayos X en mujeres embarazadas podrían duplicar las tasas
de leucemia infantil, desde el establishment médico y el nuclear
estuvieron atacándola durante treinta años, para lo cual dispusieron de
amplia financiación.
Pero
se demostró que los hallazgos de Stewart eran trágicamente exactos y
eso ayudó a alcanzar un consenso en física sanitaria médica de que no
hay “dosis segura” respecto a la radiación… y que las mujeres
embarazadas no deberán ser expuestas a rayos X ni a una radiación
equivalente.
En
nuestra ecosfera hay inyectados más de 400 reactores nucleares
comerciales sin haber contado con datos significativos que midan su
potencial impacto en la salud y en el medio ambiente, y sin establecer
ni mantener una base sistemática de datos globales.
Fue
a partir los incorrectos estudios de la Bomba-A , iniciados cinco años
después de Hiroshima, cuando se conjuraron los niveles de “dosis
aceptables” para los reactores comerciales, y en Fukushima, y en más
lugares, se ha sido todo lo laxo que se ha podido a fin de salvaguardar
el dinero de la industria.
La
lluvia radioactiva de la bomba/reactor esparce emisores de partículas
beta y alpha que se introducen en el cuerpo y causan daños a largo
plazo, que a menudo los patrocinadores de esa industria equiparan
erróneamente con las dosis externas menos letales de rayos X/gamma por
volar en un avión o vivir en Denver.
Al
negarse a evaluar las consecuencias a largo plazo de las emisiones, la
industria está ocultando sistemáticamente los impactos sobre la salud de
los accidentes de Three Mile Island, Chernobil, Fukushima, etc.,
obligando a las víctimas a depender de aislados estudios independientes
que automáticamente se consideran “desacreditados”.
A
nivel amplio, se han sufrido daños en la salud a causa del radio
presente en la pintura que hace brillar el dial de los despertadores,
por la producción de bombas, por el enriquecimiento/fresado/minería del
uranio, por la gestión de los deshechos radioactivos y por otros
trabajos radioactivos, a pesar de las décadas de implacable negativa de
la industria.
Cuando
el Dr. Ernest Sternglass, que había trabajado con Albert Einstein,
advirtió que las emisiones del reactor estaban dañando a la gente ,
miles de copias de su Low-Level Radiation (1971) desaparecieron
misteriosamente de su almacén principal.
Cuando
el Director Médico de la Comisión para la Energía Atómica (CEA), el Dr.
John Gofman, instó a reducir en un 90% los niveles de la dosis del
reactor, fue expulsado de la CEA y atacado públicamente, a pesar de su
estatus de fundador de la industria.
Miembro
del Manhattan Project, y médico responsable de la investigación pionera
del colesterol LDL, Gofman llamó más tarde instrumento de “asesinato
masivo premeditado” a la industria de los reactores nucleares.
Los
controles de chimeneas y otros dispositivos de supervisión fallaron en
la central nuclear de Three Mile Island –TMI- (1979), lo que impidió
saber cuánta radiación escapó, dónde fue a parar y a quién y cómo
impactó.
Sin
embargo, a las 2.400 víctimas y a sus familias de lo que el viento
arrastró desde TMI, una juez federal les negó un juicio con jurado para
una acción popular, diciendo que no habían recibido “suficiente
radiación” como para sufrir daños, aunque ella no podía decir ni cuánto
fue ni dónde llegó.
Durante
la fusión de TMI, la propaganda de la industria equiparó la lluvia
radioactiva de la acción del viento con la radiación de una única
radiografía de tórax, ignorando el hecho de que esas dosis pueden
duplicar las tasas de leucemia entre los niños nacidos de madres
irradiadas de forma involuntaria.
El
Dr. Stephen Wing, Jane Lee, Mary Osbourne, la hermana Rosalie Bertell,
el Dr. Sternglass, Jay Gould, Joe Magano y otros, junto con cientos de
testimonios informales, confirmaron los extendidos daños y muertes
causados por los vientos que llegaban desde TMI.
El
Departamento de Agricultura de Pensilvania y la Baltimore News-American
confirmaron los daños radioactivos causados en granjas y animales por
las partículas radiactivas llevadas por el viento que llegaba desde TMI.
El
propietario de la central de TMI pagó discretamente al menos 15
millones de dólares en daños a cambio del secreto del sumario de las
familias afectadas, incluyendo al menos un caso que afectaba a un niño
nacido con síndrome de Down.
La
explosión de Chernobyl fue de conocimiento público sólo cuando las
emisiones masivas llegaron hasta un reactor sueco situado a cientos de
kilómetros, lo que significa que –al igual que en TMI y en Fukushima-
nadie sabe con precisión cuánta radiación escapó ni hasta dónde llegó.
La
continua lluvia radioactiva de Fukushima supera ya en gran medida la de
Chernobyl, que a su vez fue mayor que la de Three Mile Island.
Poco
después de que explotara Chernobyl (1986), el Dr. Gofman predijo que su
radiación mataría al menos a 400.000 personas por todo el mundo.
Tres
científicos rusos que recopilaron más de 5.000 estudios, llegaron en
2005 a la conclusión de que Chernobyl había matado ya a casi un millón
de personas por todo el planeta.
Los
niños nacidos en las zonas de Ucrania y Bielorusia donde llegaron los
vientos siguen sufriendo una cifra masiva de mutaciones y enfermedades,
como han confirmado un amplio grupo de organizaciones gubernamentales,
científicas y humanitarias.
Las
estimaciones de muertos a la baja proceden de la Organización Mundial
de la Salud, cuyas cifras son supervisados por la Agencia Internacional
de la Energía Atómica, una organización de las Naciones Unidas
constituida para promover la industria nuclear.
Después
de 28 años, la industria de los reactores no ha conseguido aún instalar
un sarcófago definitivo sobre la Unidad 4 de Chernobyl, la que explotó,
aunque se han invertido ya miles de millones de dólares.
Cuando
las Unidades 1-4 de Fukushima empezaron a explotar, el Presidente Obama
nos aseguró que la lluvia radioactiva no iba a llegar hasta aquí ni iba
a dañar a nadie, a pesar de no tener prueba alguna para hacer esa
aseveración.
Desde
que el Presidente Obama afirmó lo anterior, EEUU no ha establecido
ningún sistema integrado para controlar la lluvia radioactiva de
Fukushima, ni una base de datos epidemiológicos para controlar sus
impactos sobre la salud… pero sí dejó de registrar los niveles de
radiación en el marisco del Pacífico.
Enseguida
aparecieron informes sobre anormalidades de tiroides entre los niños de
Fukushima, mientras, en Norteamérica, los patrocinadores de la
industria nuclear dijeron de nuevo que no se había emitido “suficiente
radiación” aunque no tenían ni idea de las cantidades en cuestión.
La
industria y la Marina están negando los devastadores impactos sobre la
salud de los que informaron los marineros estacionados a bordo del
portaviones USS Ronald Reagan, que se encontraba cerca de Fukushima,
diciendo que las dosis de radiación eran demasiado pequeñas para causar
daños aunque no tienen ni idea del nivel que alcanzaron.
Aunque
se produjo una tormenta de nieve en alta mar cuando se derritió
Fukushima, los marineros informaron de una nube caliente que pasó sobre
el Reagan que arrastraba un “sabor metálico” como el que describieron
las víctimas de TMI y los pilotos que arrojaron la bomba sobre
Hiroshima.
Aunque
se niega que los marineros del Reagan se vieran expuestos a una
radiación suficiente como para causarles daños, Japón (al igual que
Corea y Guam) negó el acceso del barco al puerto porque era demasiado
radioactivo (ahora se halla atracado en San Diego).
A
los marineros del Reagan se les impide demandar a la Marina, pero han
presentado una acción popular colectiva contra la Tokyo Electric Power
(TEPCO), lo cual ha hecho que se unan los propietarios de TMI, a los de
las fábricas de bombas, las minas de uranio, etc., para negar cualquier
responsabilidad.
Un
informe de las “lecciones aprendidas” por el ejército de EEUU de la
campaña de limpieza de la Operación Tomodachi de Fukushima señala que
“la descontaminación de los aviones y del personal sin que la población
se alarme supone nuevos retos”.
El
informe cuestionaba la limpieza porque “no se han llevado a cabo
auténticas operaciones de descontaminación”, arriesgando por tanto “la
potencial extensión de la contaminación radiológica entre el personal
militar y la población local”.
Sin
embargo, se informaba de que “el uso de cinta adhesiva y toallitas para
bebés fue eficaz para la eliminación de partículas radioactivas durante
la limpieza”.
Confabulado
con el crimen organizado, TEPCO está llevando a cabo sus propias
actividades de limpieza reclutando a personas sin techo y a personas
mayores para trabajos “calientes” en el lugar, manteniendo las
características de esas labores y la naturaleza de las exposiciones como
secreto de estado
Al
menos 300 toneladas de agua radioactiva continúan vertiéndose cada día
en el océano en Fukushima, de acuerdo con las estimaciones oficiales
hechas antes de que esos datos se convirtieran en secreto de estado.
Hasta
donde puede saberse, las cantidades y composición de la radiación que
sale de Fukushima constituyen también ahora un secreto de estado, y las
mediciones independientes o las especulaciones públicas se castigan
hasta con diez años de prisión.
De
igual manera, según Eric Norman, profesor de ingeniería nuclear de la
Universidad de Berkeley (California): “No se realizan pruebas
sistemáticas de la radiación presente en el aire, alimentos y agua en
EEUU”.
Muchos
isótopos radioactivos tienden a concentrarse a medida que se vierten al
aire y al agua, por tanto masas letales de radiación de Fukushima
pueden estar emigrando a través de los océanos durante los próximos
siglos antes de esparcirse, cuando eso ocurra no será de forma
inofensiva.
El
impacto mundial real de la radiación será aún más difícil de medir en
una biosfera cada vez más contaminada, donde la interacción con las
toxinas existentes crea una sinergia que es probable que acelere
exponencialmente los daños causados a todos los seres vivos.
La
devastación recogida entre las estrellas de mar, sardinas, salmones,
leones marinos, orcas y otros animales oceánicos no puede negarse
categóricamente sin una base fiable de datos a partir de anteriores
experimentos y controles, que ni existe ni se tiene intención de crear.
El
hecho de que dosis “diminutas” de rayos X puedan dañar los embriones
humanos presagia que cualquier introducción no natural de isótopos
radioactivos letales en la biosfera, aunque difusa, puede afectar a
nuestra entretejida ecología global en una forma que no conocemos.
El
impacto de esas supuestas dosis “minúsculas” que se extienden desde
Fukushima afectará, con el tiempo, a los minúsculos huevos de criaturas
que van desde las sardinas a las estrellas de mar y a los leones
marinos, con su letal impacto reforzado por otros contaminantes ya
presentes en el mar.
Las
comparaciones con las dosis en plátanos y otras fuentes naturales son
absurdas y engañosas porque los isótopos de la lluvia radioactiva del
reactor impondrán impactos biológicos muy distintos durante los próximos
siglos y una amplia gama de escenarios ecológicos.
Ninguno
de los rechazos actuales respecto a los impactos ecológicos y humanos
generales –“apocalíptico” o de otro tipo- podrá explicar con el paso del
tiempo los largos períodos de vida media de los isótopos radioactivos
que Fukushima está ahora arrojando a la atmósfera.
Cuando
los impactos de Fukushima se extiendan con el correr de los siglos, la
única certeza es que no importa qué prueba aparezca porque la industria
nuclear nunca admitirá que está causando daños y nunca se va a ver
obligada a pagarlos (este aspecto se concretará en la segunda parte de
este artículo).
Hyman
Rickover, padre de la marina nuclear, advirtió que aumentar los niveles
de radiación en el interior de la envoltura de la Tierra es una forma
de suicidio y que, si pudiera, “hundiría todos los reactores que ayudó a
desarrollar”.
“Ahora
que volvemos a utilizar energía nuclear”, dijo en 1982, “creo que la
raza humana va de cabeza a destruirse, por lo que es importante que
consigamos controlar esta horrible fuerza e intentemos eliminarla”.
Mientras
Fukushima se deteriora tras una cortina de hierro de secretismo y
engaños, necesitamos saber desesperadamente qué están haciendo con
nosotros y con nuestro planeta.
Me
veo tentado a decir que la verdad se encuentra en algún punto
intermedio entre las mentiras de la industria nuclear y el creciente
temor a un Apocalipsis tangible.
En realidad, las respuestas van más allá.
Definidas
por siete décadas de engaños, negativas y de hacer la vista gorda,
rozan el absurdo las simplistas seguridades ofrecidas por las
corporaciones de que este último desastre de un reactor no nos va a
afectar.
Fukushima
derrama cada día inconmensurables cantidades masivas de radiación letal
en nuestra frágil ecosfera y lo seguirá haciendo en las próximas
décadas.
Cinco reactores nucleares han explotado ya en este planeta pero hay más de 400 que siguen en funcionamiento.
La mayor amenaza es el inevitable y próximo desastre… junto al siguiente y al que vendrá a continuación…
Herméticamente
envueltos en negativas, protegidos por los privilegios corporativos,
son los motores finales del terrorismo global.
La II parte de este artículo se titulará “De cómo Fukushima amenaza nuestra libertad humana y nuestra supervivencia material”.
Harvey
Franklin Wasserman (1945) es periodista, escritor, activista por la
democracia y defensor de las energías renovables. Ha sido uno de los
estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados Unidos.
Fuente: http://ecowatch.com/2014/02/02/50-reasons-fear-fukushima/