Entrevista
con la cineasta Laura Poitras, tras el estreno del documental
Citizenfour, sobre su encuentro con Edward Snowden que sacó a la luz el
sistema de vigilancia masiva de la NSA.
Bien podría ser una pregunta para un concurso de la tele en esta nueva era de la seguridad nacional: ¿Cuántos estadounidenses tienen acreditaciones de seguridad? Respuesta, 5,1 millones,
cifra que revela el crecimiento explosivo del estado de seguridad
interna tras el 11-S. Imagínese el sistema necesario simplemente para
autorizar a tanta gente el acceso a nuestro mundo secreto (con un coste
de miles de millones de dólares). Estamos hablando del equivalente a la
población total de Noruega y bastantes más personas de las que hay en
Costa Rica, Irlanda o Nueva Zelanda. Y, aun así, se trata apenas del 1,6
por ciento de la población de EE.UU., mientras que se supone que el
98,4 por ciento restante de nosotros debe permanecer en la oscuridad.
Por nuestra propia seguridad, claro. No hace falta decirlo.
Todo
esto nos confronta con una nueva definición de democracia en la que los
ciudadanos solo debemos saber lo que la seguridad nacional se encarga
de contarnos. Bajo este sistema, el prerrequisito necesario para
sentirse protegido es la ignorancia impuesta por ley. Así, después del
II-S, resulta revelador que el único delito por el que quienes forman
parte de la seguridad del Estado pueden llegar a tener que rendir
cuentas no sea el de un posible perjurio ante el Congreso, o la
destrucción de pruebas de un crimen, ni la tortura, el secuestro, el
asesinato o la muerte de prisioneros en un sistema carcelario fuera de
la legalidad, sino la filtración de información; es decir, por contar al
pueblo estadounidense algún detalle de lo que su gobierno está
realmente haciendo. Y ese delito, exclusivamente ese delito, ha sido
perseguido agotando la ley (e incluso más allá de esta) con un rigor que
no tiene parangón en la historia de Estados Unidos. Un solo ejemplo
basta para dar idea de lo dicho: el único estadounidense que ha acabado
en prisión en relación con el programa de torturas de la CIA durante el
mandato Bush fue John Kiriakou, analista de la CIA que filtró a un
periodista el nombre de otro agente que participó en dicho programa.
En
estos últimos años, a medida que el Congreso iba perdiendo poder, una
Casa Blanca cada vez más imperial ha iniciado diversas guerras
(redefinidas por sus defensores como cualquier otra cosa), así como una
campaña global de asesinatos con su propia “lista de ejecuciones” que el
mismo presidente debe firmar. Después, sin que importe un ápice la
soberanía nacional o el hecho de que alguno de los blancos sea ciudadano
estadounidense, se envía a los drones para que ejecuten las muertes
programadas.
Pero
eso no significa que nosotros, el pueblo, no sepamos nada. Contra todo
pronóstico, los principales medios de comunicación han publicado algunos
magníficos reportajes, como los firmados por James Risen y Barton
Gellman, sobre las actividades irregulares de los organismos de
seguridad del Estado. Pero sobre todo, y a pesar de que el gobierno
Obama echara mano de las Leyes de Espionaje de la Primera Guerra
Mundial, han surgido denunciantes del interior de las propias
instituciones 1 que han destapado ingentes cantidades de información
sobre el sistema edificado en nuestro nombre pero sin nuestro
conocimiento.
Entre
ellos destaca un hombre joven que ahora es conocido en todo el mundo.
En junio del año pasado, gracias al periodista Glenn Greenwald y a la
cineasta Laura Poitras, Edward
Snowden, un empleado de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que había
trabajado anteriormente para la CIA, entró en nuestras vidas desde una
habitación de hotel en Hong Kong. Con un cofre del tesoro
repleto de documentos que todavía están saliendo a la luz, Snowden ha
cambiado la manera en que casi todos nosotros contemplamos al mundo. Ha
sido acusado al amparo de la Ley de Espionaje. Pero, si realmente fuera
un “espía”, Snowden habría espiado para nosotros, el pueblo
estadounidense, y para el mundo. Reveló
ante un planeta que no salía de su asombro el alcance y las ambiciones
excepcionales de un Estado policial global, un sistema basado en una
única premisa: que la privacidad ya no existía y que nadie podía, en
teoría (y en buena medida en la práctica) librase de ser vigilado.
Los
creadores de este sistema de vigilancia global imaginaron una única
excepción: ellos mismos. Esta es indudablemente parte de la de la razón
por la que reaccionaron con saña desmesurada cuando Snowden nos permitió
echar un ojo a lo que hacían. Con independencia de lo que sintieran a
nivel político, es evidente que se sintieron violados, algo que, por lo
que parece, les vació de cualquier tipo de empatía por el resto de
nosotros. De cualquier modo, Snowden demostró que el sistema que habían
creado podía explotarles en la cara.
Dieciséis
meses después de que los documentos de la NSA empezaran a ser
publicados por el Guardian y el Washington Post, creo que podemos hablar
de la Era Snowden. Ahora, una
película notable, Citizenfour, que fue estrenada en el Festival de Cine
de Nueva York el 10 de octubre, nos permite ser testigo de ese momento
excepcional. Su nombre ha sonado como candidata a los Oscar.
Su
directora, Laura Poitras, al igual que el periodista Glenn Greenwald,
es ahora casi tan conocida como el propio Snowden, por facilitar la
difusión de los documentos. Su nueva película, la tercera de una
trilogía (de la que forman parte por My Country, My Country sobre la
guerra de Irak, y The Oath, sobre Guantánamo), nos lleva a junio de 2013
y nos encierra en esa habitación de hotel de Hong Kong, con Snowden,
Greenwald, Ewen MacAskill, del Guardian, y la propia directora, durante
ocho días que cambiaron el mundo. Se trata de una experiencia
fascinante, sorprendentemente nada claustrofóbica e inolvidable.
Hasta
ese momento, nos encontrábamos casi literalmente en la oscuridad. Desde
entonces, al menos tenemos más claro el tipo de oscuridad que nos
envuelve. Después de presenciar el estreno, en un teatro abarrotado en
el Festival de Cine de Nueva York, me senté con Laura Poitras en una
sala de conferencias diminuta del Loews Regency Hotel, para hablar de
cómo ha cambiado nuestro mundo y del papel que ella ha desempeñado en
todo esto.
Tom
Engelhardt: ¿Podría comenzar exponiendo brevemente qué cree que hemos
aprendido de Edward Snowden sobre el modo de funcionar el mundo?
Laura Poitras: Lo
más asombroso de las revelaciones de Snowden es la profundidad de las
actividades realizadas por la NSA y la red de países de los Cinco Ojos
(Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Gran Bretaña y Estados Unidos), su
ansia de datos, y la vigilancia masiva que intentan imponer sobre todas
las comunicaciones mediante diferentes técnicas. Su lema sería:
“recopila toda la información”. Elaboré un artículo junto a Jim Risen,
del New York Times, sobre un documento –un proyecto cuatrienal- en el
que los creadores del sistema de vigilancia describen este momento como
“la edad de oro de la inteligencia de señales”2. Desde su punto de
vista, la principal función de Internet es actuar como base de datos de
una edad de oro para espiar a todo el mundo.
Lo
más sorprendente es su interés por esta vigilancia a granel, esta
recogida de datos en bruto sin necesidad de que se sospeche nada sobre
quienes intercambian la información captada. Existen muchos programas
dedicados a ese objetivo. Además, tanto la NSA como el servicio de
inteligencia británico (GCHQ) se encargan de vigilar a los ingenieros de
telecomunicaciones. Un artículo publicado en The Intercept citaba un
documento de la NSA facilitado por Snowden; una de sus secciones llevaba
por título “I Hunt Sysadmins” [“A la caza de administradores de
sistemas”]. Su objetivo es
encontrar a los guardianes de la información, las personas que custodian
y son la puerta de entrada de la información del cliente; y van a por
ellos. Así se produce esta recolección pasiva de todo, y lo que no
pueden conseguir de este modo lo buscan de otra manera.
Otra
de las cosas más asombrosas es la poca información que tenían nuestros
representantes electos de las actividades de la NSA. Este conocimiento
ha llegado al Congreso a través de los reportajes publicados, lo que
resulta alucinante. Snowden y [el antiguo empleado de lai
NSA] William Binney, que también aparece en el film como denunciante de
otra generación, son personal técnico que comprende los peligros del
sistema. Aunque las personas corrientes entendamos algo de estas
tecnologías, ellos conocen perfectamente los peligros que encierra la
manera en que pueden usarse. Creo que una de las cosas más aterradoras
es la capacidad de búsqueda retroactiva, que permite retroceder en el
tiempo y averiguar los contactos de una persona y dónde han estado
estos. En lo que concierne a mi profesión de periodista, ello permitiría
al gobierno rastrear sobre qué estoy trabajando, con quién estoy
hablando y dónde he estado. Por tanto, aunque yo me comprometa a no
revelar mis fuentes, el gobierno puede conseguir la información que les
permita identificarlas.
TE:
Voy a preguntarle lo mismo de otra manera, ¿cómo sería el mundo sin
Edward Snowden? Después de todo, me da la impresión de que, en cierta
forma, hemos entrado en la era Snowden.
LP:
Es cierto que Snowden nos ha hecho plantearnos cómo queremos que sea el
futuro. Estamos en una encrucijada y todavía no sabemos muy bien qué
camino tomar. Sin Snowden, prácticamente todos seguiríamos ignorando la
cantidad de información que el gobierno está recopilando. Creo que
Snowden ha cambiado la conciencia sobre los peligros de la vigilancia.
Ahora vemos a abogados que dejan sus teléfonos fuera de las reuniones.
La gente empieza a darse cuenta de que los dispositivos electrónicos que
llevamos con nosotros revelan dónde estamos, a quién estamos hablando y
mucha otra información. Por lo tanto, las revelaciones de Snowden han
producido un auténtico cambio de consciencia.
TE: Sin embargo, no parece haber habido ningún cambio en la consciencia del gobierno.
LP:
Los expertos en el campo de la vigilancia, la privacidad y la
tecnología hablan de que son necesarias dos vías, la política y la
tecnológica. La vía tecnológica es la criptografía: funciona bien y, si
quieres privacidad, deberías usarla. Algunas de las grandes compañías
(Google, Apple) ya han efectuado cambios tras comprender la
vulnerabilidad de la información del cliente; y si esta es vulnerable,
también lo es su negocio, por lo que están reforzando las tecnologías de
codificación. Por otro lado, el gobierno no ha desmantelado ningún
programa, a pesar de la presión internacional.
TE:
En su película, Citizenfour, pasamos alrededor de una hora básicamente
encerrados en una habitación de hotel en Hong Kong con Snowden,
Greenwald, Ewan MacAskill y usted misma, y el resultado es fascinante.
Snowden resulta ser preternaturalmente agradable y seguro de sí mismo.
Me imagino a un novelista que de repente se encuentra con su
protagonista ideal. Supongo que fue algo así lo que ocurrió entre usted y
Snowden. Pero ¿qué habría ocurrido si quien ofreciera los documentos
hubiese sido un tipo canoso con muchas menos observaciones inteligentes
sobre los mismos? En otras palabras, ¿cómo se comportó exactamente el
que iba a protagonizar su película y rehacer nuestro mundo?
LP:
Eso son dos preguntas. La primera es ¿cuál fue mi primera impresión?, y
la segunda sería, ¿cómo creo que influyó en la película? Cuando la
editamos y la mostramos a pequeños grupos me di cuenta de que Snowden se
expresa bien y resulta sincero en pantalla. Pero al verlo en una sala
repleta [en la noche del estreno en el Festival de Cine de Nueva York,
el 10 de octubre] me sentí maravillada… ¡Guau! ¡Realmente se impone en
la pantalla! Y obtuve una nueva visión del film al presenciarlo en una
sala abarrotada.
TE:
Pero, ¿cuál fue su primera sensación al conocerle? Lo que quiero decir
es que no sabía con quién se iba a encontrar, ¿no es cierto?
LP:
Yo llevaba cinco meses manteniendo correspondencia con una fuente
anónima. Está claro que en el proceso de desarrollo del diálogo te haces
tus propias ideas sobre quién podría ser esa persona. Yo pensaba que
debía tener cuarenta y muchos o cincuenta y tantos años, que
pertenecería a la generación de Internet porque era muy conocedor del
tema, pero me figuraba que sería de más edad dado su nivel de acceso a
la información y su conocimiento de la misma. Por tanto, mi primera
impresión fue que tenía que reiniciar mis expectativas. Pensé,
¡fantástico, es joven y carismático! Pero, por otro lado, me sentí algo
perdida y con necesidad de recolocarme. En retrospectiva, creo que es
realmente magnífico que alguien tan inteligente, tan joven y con tanto
que perder asumiera un riesgo tan grande.
Snowden
se sentía completamente tranquilo con la decisión tomada, sabiendo que
las consecuencias podrían suponer el fin de su vida y aún así que la
decisión era la correcta. Creía completamente en lo que hacía y estaba
dispuesto a aceptar las consecuencias de ello, cualesquiera que fuesen.
Encontrarse con alguien que ha tomado ese tipo de decisiones es
extraordinario. Ser capaz de documentar ese proceso y también el modo en
que Glenn [Greenwald] entró a formar parte y facilitó el que dicha
información se publicara de una manera efectiva cambió la narración.
Como Glenn y yo teníamos una perspectiva externa, la narración se
desarrolló de un modo que nadie sabía muy bien por dónde iba a llevar.
Por eso creo que el gobierno reaccionó tan rápidamente; no ocurre todos
los días que un denunciante esté dispuesto a identificarse.
TE:
Snowden nos ha permitido sentir que podemos hacernos una idea de las
características de la vigilancia global a la que estamos sometidos, pero
siempre pienso que solo se trata de un individuo procedente de uno de
los diecisiete organismos de inteligencia interconectados. Dada la
extraordinaria manera en que acaba su película –el remate, podríamos
decir-, con una o varias nuevas fuentes que surgen del interior de ese
mundo para desvelar, entre otras cosas, información sobre la enorme
lista de vigilancia en la que usted misma se encuentra… tengo una
curiosidad: ¿Qué piensa que aún nos falta por conocer? Tengo la sospecha
de que si surgieran denunciantes de las 5 o 6 principales agencias, la
CIA, la DIA (Agencia de Inteligencia de la Defensa), la Agencia de
Inteligencia Nacional Geoespacial, etcétera, con documentos similares a
los de Snowden, nos quedaríamos absolutamente pasmados del sistema que
ha sido creado en nuestro nombre.
LP:
No puedo hacer especulaciones sobre lo que desconozco, pero creo que
está en lo cierto respecto a la escala y el alcance de estas actividades
y la necesidad de que dicha información se haga pública. Simplemente
fíjese en los esfuerzos de la CIA por evitar la revisión del programa de
tortura en el Senado. Vivimos en un país que legalizó la tortura, en
dónde a nadie se le ha pedido nunca cuentas por ello, y cuando el
gobierno pretende examinar lo que pasa, la CIA impide la investigación.
Se trata de un escenario aterrador para vivir.
En
cuanto a los nuevos denunciantes que puedan surgir, rechazo la idea de
hablar de una, dos o tras fuentes. Son muchas las fuentes que han
nutrido nuestro trabajo periodístico y creo que los estadounidenses les
debemos gratitud por el riesgo que corren. Desde un punto de vista
personal, yo estoy en una lista de vigilancia y he pasado años
intentando averiguar por qué, viendo como el gobierno rehúsa confirmar o
negar la propia existencia de esa lista, por tanto me resulta muy
importante que dicha lista vea la luz, para que el público conozca su
existencia y los tribunales puedan ahora dictaminar su legalidad. Lo que
quiero decir es que la persona que ha revelado esto a hecho un gran
servicio al público y yo me siento personalmente agradecida.
TE:
Se refiere al denunciante desconocido que menciona visual y
elípticamente al final de la película y que reveló que la macrolista en
la que usted está incluida posee más de 1,2 millones de nombres. En ese
contexto, ¿cómo se siente al viajar como Laura Poitras? ¿Cómo
personifica el nuevo Estado de seguridad nacional?
LP:
En 2012 tenía todo el material para editar una película y decidí
abandonar EE.UU. porque sentía que no podía proteger a mis fuentes
dentro de sus fronteras. Tomé la decisión después de haber sufrido
interrogatorios durante seis años cada vez que regresaba a Estados
Unidos. Hice cálculos y me di cuenta de que era demasiado riesgo
editarla en ese país, por lo que me trasladé a Berlín. Y entonces, en
enero de 2013, recibí el primer correo electrónico de Snowden.
TE: O sea, que estaba protegiendo…
LP:
… otro material audiovisual. Había estado filmando al denunciante de la
NSA William Binney, a Julian Assange, a Jacob Appelbaum del Proyecto
Tor, personas buscadas por EE.UU., y sentía que todo este material no
estaba a salvo. Se me incluyó en el listado de vigilancia en 2006. Había
sido detenida e interrogada en la frontera a mis regresos a Estados
Unidos alrededor de cuarenta veces. Si incluyo las retenciones dentro
del país y todas las ocasiones en que me retuvieron en los puntos de
tránsito europeos, probablemente llegaríamos hasta las 80 o 100 veces.
Ser interrogada sobre de dónde venía y a quién había visto se convirtió
en algo habitual. Me encontraba prisionera en un sistema del que parece
que no vas a poder escapar nunca, esta lista de vigilancia kafkiana que
Estados Unidos ni siquiera reconoce que existe.
TE: ¿Le detuvieron cuando entró esta vez?
LP:
No. Las detenciones se interrumpieron en 2012, tras un incidente
bastante especial. Me encontraba de regreso vía el aeropuerto de Newark
cuando fui detenida. Saqué mi cuaderno, pues siempre anoto a qué hora me
retienen, quiénes son los agentes y ese tipo de cosas. En esta ocasión
me amenazaron con esposarme por sacar notas. Me dijeron: “¡Baje el
bolígrafo!”, porque según ellos podía ser un arma y herir a alguien.
“¡Baje
el bolígrafo! ¡El bolígrafo es peligroso!” Y yo no me lo creía… tienes
que estar loco. Algunas personas chillaban cada vez que movía el boli
para tomar notas, como si fuera un cuchillo. Después de aquello decidí
que la situación estaba fuera de quicio y que había que hacer algo, así
que llamé a Glenn. Él escribió un artículo sobre mis experiencias. En
respuesta a dicho artículo dejaron de molestar.
TE:
Snowden nos ha explicado bien la estructura de vigilancia global que
han construido. Pero sabemos mucho menos de cómo utilizan toda esa
información. Me sorprende, por ejemplo, lo poco que la han podido usado
en su guerra contra el terrorismo. Quiero decir que da la impresión de
que siempre van por detrás de los acontecimientos en Oriente Próximo. No
solo eso, sino que incluso saben menos de lo que algunos podrían
contarles utilizando exclusivamente información de fuentes abiertas. A
mí me parece asombroso. ¿Qué cree que están haciendo con el enorme
volumen de datos, los yottabytes3 obtenidos a través del sistema de
vigilancia?
LP:
Snowden y muchas otras personas, incluyendo a Bill Binney, piensan que
esta mentalidad –intentar succionar todo lo que pueden- les ha inundado
con tantos datos que no perciben las conexiones más evidentes. En último
término, el sistema que han creado no satisface lo que ellos consideran
su objetivo, la seguridad, porque tienen demasiada información para
procesar.
No
sé muy bien cómo interpretarlo. Pienso mucho sobre ello porque he hecho
una película sobre la Guerra de Irak y otra sobre Guantánamo. Desde mi
punto de vista, cuando Estados Unidos reaccionó ante los atentados del
11-S se centró en un grupo pequeño y muy radical de terroristas y el
país inició una serie de operativos que han servido para crear dos
generaciones repletas de sentimientos antiamericanos, a causa de lugares
como Guantánamo o Abu Ghraib. En lugar de diseñar una manera de
responder a este pequeño grupo de gente, hemos creado generaciones de
personas realmente furiosas y llenas de odio hacia nosotros. Entonces
pienso, ¿cómo es posible que hayamos llegado a esto si el objetivo es
mejorar la seguridad?, porque actualmente hay más personas que nunca que
odian a Estados Unidos y desean hacernos daño. Así que, o bien el
objetivo que proclaman no es el verdadero objetivo o bien son incapaces
de asumir el hecho de que hemos cometido tremendos errores en la manera
de responder.
TE:
A mí me deja perplejo el hecho de que el fracaso haya sido, en cierta
manera, un punto de partida para el triunfo. Quiero decir que la
construcción de un aparato de inteligencia sin paralelo y la mayor
explosión de recopilación de datos de la historia tuvo lugar tras el
fracaso del 11-S. Nadie asumió responsabilidades, nadie fue castigado ni
degradado en modo alguno, y todos los fracasos similares, incluyendo la
irrupción de un extraño en los jardines de la Casa Blanca
recientemente, simplemente han conducido a un fortalecimiento del
sistema.
LP: Entonces, ¿cómo lo interpreta?
TE:
No creo que estas personas piensen: necesitamos fracasar para conseguir
lo que queremos. No creo en ese tipo de conspiraciones. Lo que sí creo
es que, curiosamente, los fracasos han servido de justificación para
organizar el sistema, lo que me parece extraño. Eso es lo único que sé.
LP:
Estoy de acuerdo. El hecho de que la CIA tuviera conocimiento de que
dos de los secuestradores del 11-S estaban entrando en territorio de
EE.UU y no lo notificara al FBI, y que nadie perdiera su empleo es
desconcertante. En vez de eso, invadimos Irak, que no tenía nada que ver
en el asunto. ¿Cómo llegaron a tomarse esas decisiones?
Notas:
1-
El término inglés utilizado para definir a quien filtra información
comprometedora desde el interior de una organización es whistleblower. A
falta de un término similar en castellano, pues “chivato” o “soplón”
tienen connotaciones negativas, mientras que whistleblower, “el que toca
el silbato”, tendría motivaciones positivas, dar a conocer la verdad,
utilizamos el de denunciante.
2-
La Inteligencia de Señales es la obtención de información mediante la
intercepción de señales, sea entre personas, sea sobre señales
electrónicas no usadas directamente en comunicaciones, o una combinación
de ambas.
3-
Un yottabyte es una unidad de capacidad de información, compuesta por
"yotta" del griego okto y byte. Equivale a 1024 bytes o 1.000 billones
de gigabytes .
Laura
Poitras es realizadora de documentales, periodista y artista. Acaba de
estrenar Citizenfour, última película de una trilogía sobre Estados
Unidos tras el 11-S, que incluye también My Country, My Country,
nominada para un Oscar y The Oath nominada a dos premios Emmy. En junio
de 2013 viajó hasta Hong Kong con Glenn Greenwald para entrevistar a
Edward Snowden y pasar a los anales de la historia. Ha escrito artículos
para diversos medios, incluyendo el Guardian,el New York Times y el
Spiegel relacionados con las revelaciones sobre la NSA. Estos trabajos
recibieron diversos premios en Europa y EE.UU.