Un artículo buenísimo sobre las inconsistencias y repentinos cambios del Peje, al rato veremos que el “Pejismo” es otra religión con todo y Apostoles:
Héctor de Mauleón// El Dalai López
Andrés Manuel López Obrador ha solicitado a sus seguidores cambiar a México a través de la bondad, la espiritualidad, el fortalecimiento de los valores y el amor al prójimo. No hubo en su discurso más reciente nada que recordara al líder político furibundo que callaba presidentes, decretaba linchamientos y pedía mandar al diablo a las instituciones. Se diría que el beatífico López Obrador que se encamina hacia las elecciones de 2012 no rompe un plato. Terminó la etapa en la que, después de ser ungido a mano alzada como “presidente legítimo”, López Obrador se echó a cuestas la tarea de recorrer el país para crear su propia plataforma política a partir de un discurso que, entre otras cosas, ha sembrado el resentimiento, el odio, el encono. Hoy ha desaparecido el líder político. Surge, en su lugar, el líder religioso. Démosle la bienvenida al Dalai AMLO: “Que se fortalezcan nuestros valores morales y espirituales, que se practique el amor al prójimo, que se haga a un lado el individualismo, la codicia, el odio, quitarnos la idea de que hay que enfrentar al mal con el mal; al contrario, hay que enfrentar al mal con el bien, hay que internalizar y difundir la idea de que la felicidad no solamente es acumular bienes materiales sino que la felicidad es estar bien con uno mismo, es estar bien con nuestra conciencia, es estar bien con el prójimo”. Habría que agradecerle su autenticidad. Nunca ha sido López Obrador tan él mismo como ahora. Si el primer paso consistió en la formación de una secta, lo natural, ahora, es la erección de una iglesia. ¿Qué mejor manera de purificar la vida nacional que ocupándose de aquello que, según el poeta José Carlos Becerra, todavía llamamos el alma? Lo dijo López Obrador en su último discurso: “La crisis actual no se va a resolver atendiendo lo material, es decir, mejorando el salario de los trabajadores, creando empleos, inclusive mejorando la educación, que haya acceso a la vivienda y a la salud, se requiere fortalecer los valores”. Recuerdo una entrevista concedida en tiempos del desafuero. López Obrador declaró: “Me apasiona la vida y obra de Jesús. Él también fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época y lo crucificaron”. En esa misma entrevista, dijo: “Estoy llamando a un movimiento espiritual”. A nadie le importó demasiado que, en un Estado laico, un político hubiera traído a colación a Jesús y estableciera, incluso, el símil de la crucifixión para referirse a un martirio particular (a cualquier otro político, por menos, le habrían llovido dicterios). Hoy, el énfasis religioso, mejor dicho, la explotación de la religiosidad popular para fines políticos, aparece de nuevo en medio del estruendo de las balas, en medio del clamor que ha desatado la fallida estrategia contra las drogas del gobierno de Felipe Calderón. No es casualidad. López Obrador usufructúa el “no más sangre” para meterse en el terreno en donde se siente más cómodo: aquel en que se libra la lucha eterna entre los poderes del bien y del mal. La traducción aproximada: mientras “ellos” prodigan el mal, yo predico el bien; mientras “ellos” se arman, yo difundo el amor; mientras “ellos” promueven el odio, yo los valores morales y espirituales. Estamos por fin ante el verdadero AMLO: un predicador guiado por una misión sagrada. Salvar a México
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