Les dejo integro el siguiente articulo sobre como ha
venido empeorando la vida de las nuevas generaciones.
Francia volvió a comprobar que las elecciones modernas no sirven más
que para quitar del poder a quienes lo detentan. No importa tanto quién llegue
a la silla presidencial, como asegurar que el actual mandatario se vaya. Este
síndrome va más allá del desgaste natural que genera el ejercicio del poder.
Hay razones para que casi todo el mundo repruebe como gobernante. Una parte de
la respuesta es la desesperación de los electores ante la profundidad de la
crisis económica global, ya bien entrada en su cuarto año. Un desempleado o
alguien que ha tenido que cerrar su negocio difícilmente votará por el gobierno
en turno. Así han caído ya los gobiernos de España, de Grecia, Italia, Reino
Unido, Dinamarca y ahora Francia. Podríamos incluir en la lista el último
cambio de partido en la Casa Blanca. La explicación más ilustrada que he
encontrado para explicar este hastío de los ciudadanos hacia sus gobernantes la
dio el intelectual francés Bernard Tapiè, cuando habla de que hemos entrado en
una “crisis de futuro”. En pocas palabras, el futuro ya no es lo
que era antes. Desde la Segunda Guerra Mundial nos habíamos acostumbrado a que
cada generación tenía que estar mejor que la anterior; con mayores comodidades,
ingresos más altos, mayores beneficios sociales, mejor acceso a la salud, más
tiempo para el esparcimiento y más garantías para pasar una vejez sin apuros.
Esto no lo dice Tapiè, pero se me ocurre que grandes sectores de
nuestras sociedades empezaron también a acostumbrarse a vivir mejor, trabajando
menos. En Francia misma, la semana laboral se recortó a cuatro días efectivos
de trabajo y las vacaciones de verano se hicieron más prolongadas. Si a esto le
sumamos que cada día somos más longevos, el resultado es que unos pocos jóvenes
tienen que sostener, además de a ellos mismos, a dos o tres generaciones
anteriores a ellos. No es por casualidad que los jóvenes europeos se rehúsen a
tener hijos, con el único fin de ahorrarse el sostenimiento de otra generación
y tener así algún ingreso para ellos mismos. En el fondo, la crisis de futuro
es una crisis de expectativas. A nadie le gusta aceptar que su generación
tendrá que conformarse con la decadencia, con niveles más bajos de vida, con
apretarse un cinturón que nos heredaron nuestros mayores. En sentido
exactamente opuesto, si observamos el reciente debate entre los candidatos a la
Presidencia de México, el común denominador fue que todos, sin excepción,
ofrecieron más de todo: mejor educación, más seguridad, tasas elevadas de
crecimiento económico, mejores servicios de salud, becas, empleos, pensiones
para los adultos mayores… el nirvana en la Tierra. Pero en honor a la
verdad, las posibilidades de cumplir, así fuese medianamente esos sueños, son
poco realistas para un sexenio. No obstante lo anterior, México tiene un horizonte
más promisorio que muchos países europeos. Simplemente con eliminar lastres, el
país podría mejorar su situación considerablemente. Los lastres más evidentes
son la corrupción, la estructura laboral, la impunidad, leyes anacrónicas y la
ausencia de un Estado de derecho, la tramitología y la obligación de que los
partidos antepongan el interés nacional al de sus grupos políticos.
La lista de los factores que nos tienen paralizados es larga, pero por
lo mismo lleva a concluir que, a diferencia de Europa u otros países muy
desarrollados, en México no tenemos razones objetivas para caer en una crisis
de futuro. México podría tener dos o tres generaciones por delante en las que
cada mexicano se encuentre en mejores condiciones que sus antepasados. Visto
así, lo más rescatable del debate del domingo fue la discusión sobre el futuro
de Pemex. Si seguimos dedicando los ingresos petroleros a pagar la nómina de la
burocracia nacional y al gasto corriente, sí que entraremos en una crisis de
futuro muy grave. Tres de los cuatro candidatos estuvieron en favor de que el
sector privado invierta y arriesgue en la industria petrolera. Necesitamos
profundizar más en este tipo de temas y en que cada candidato se preocupe más
por decirnos en qué es mejor que sus rivales. Aunque insistan en esta idea, a
nadie beneficia vender la noción de “voten por mí que soy el menos
inepto”. De otra manera, el futuro se nos evaporará como sucede hoy en
otros países y entonces ni siquiera valdrá la pena recordar quiénes fueron los
candidatos del presente