Una triste realidad sobre como México depende en gran
medida de lo que le quita a Pemex en impuestos, y como esto le impide a la paraestatal
crecer y sigue endeudándose.
Enrique Campos // La Gran Depresión
La paraestatal aportará en esta administración 65% más
recursos a las finanzas públicas que en el sexenio pasado. El gobierno federal
duerme plácidamente sobre los ingresos petroleros. Son lo suficientemente altos
como para no tener que preocuparse por su gasto durante el resto de esta
administración. En esa zona de confort han permanecido muchas administraciones,
sean priístas o panistas, sean de populistas o de neoliberales. Todos han
encontrado en el petróleo el cómodo colchón de dólares como para no tener que
molestar a los no contribuyentes. Lo que ahora presume la Secretaría de
Hacienda es que la maquinaria petrolera sigue funcionando impecablemente para
lograr un incremento de los ingresos fiscales provenientes de esa fuente de 12%
durante el segundo trimestre, algo decisivo para su pronóstico de un
crecimiento de 4% en el lapso abril-junio. Esta aberración que presenta el
gobierno como un logro llega justo al mismo tiempo en que el director general
de Petróleos Mexicanos (Pemex) lanza una vez más una advertencia de lo
equivocada que es esta práctica de exprimir irracionalmente para el gasto la
industria energética. Y así, mientras Hacienda presume, Juan José Suárez Coppel
advierte que Pemex no invierte y tiene una elevada deuda porque sus ingresos los
tiene que dedicar a pagar impuestos. El dato es definitivo: la petrolera que la
propaganda oficial nos ha vendido como una empresa de todos los mexicanos
aportará 75% más recursos a las finanzas públicas al final de esta
administración que durante el sexenio pasado. Si Pemex fuera una persona
relatando su historia, no podría notar una diferencia entre el manejo
financiero de su patrimonio entre los gobiernos de Echeverría y Calderón. Durante los dos sexenios del panismo, la paraestatal
aportó 34% de los ingresos gubernamentales.
Y si bien la dependencia
comercial se ha atenuado de forma importante con el crecimiento del libre
comercio y las manufacturas, la dependencia fiscal sigue siendo un gran peligro
financiero para México. El Congreso mexicano, que vive en la comodidad de que
no hay un solo ciudadano que le pida cuentas, privilegia las banderas de
partido que impiden cambios profundos en las reglas del juego de la
paraestatal. Resulta curioso que uno de los discursos que más ha defendido el
gobierno mexicano en el G-20, ante la crisis de la deuda en Europa, es el de la
necesidad de crear una nueva arquitectura financiera. Esto es no sólo estar en
un proceso de apagar fuegos y tapar los problemas, sino realmente, desde la
base, tomar decisiones que soporten una nueva estructura. La realidad es que
este discurso es hueco si llega desde las instancias gubernamentales, porque si
algo no ha hecho México con su economía, con sus finanzas, con su sociedad, es
tener una planeación arquitectónica. Se han hecho malos trabajos de albañilería
política que amontona ladrillos que van paliando problemas coyunturales, pero
que sólo comprometen la estabilidad del edificio económico completo. Y los
ejemplos sobran, pero Pemex es un excelente botón de muestra. Una empresa que tiene el monopolio de administrar un
producto tan codiciado en el mundo está hundida en sus deudas, en su falta de
inversión y en su retraso tecnológico. Su papá gobierno lo explota como niño
cirquero y no lo deja crecer. El petróleo en México ocupa un indeseable lugar
en los altares de la patria. Una materia prima más, cuya abundancia
debería ser utilizada correctamente y no adorada, sirve más para el lucro
político que para el buen uso financiero. Cuando a los rijosos se les apague la
vela poselectoral, seguramente encontrarán en el tema petrolero un pretexto
para mantener vivo un movimiento que aspira a conservar el poder dentro de la
izquierda y a tomar el poder nacional. Pero también pensar que el petróleo
estaría mejor en manos de privados es un acto de fe, pero en otra religión, en
los que ven al capital como el gran dios.
La verdad es que cualquier extremismo
fanático que ignore al hombre como el beneficiario acaba por ser un lastre.
Nadie va a hacer caso a Suárez Coppel en su insistencia de hacer de Pemex una
empresa. No porque no tenga razón, sino justamente porque está en lo correcto,
pero eso incomoda a los que viven cómodamente de la paraestatal. Si en seis
meses se gastaron 120,000 millones de pesos en subsidios a la gasolina y nadie
se horroriza, menos habrá reacción ante los balances financieros de la empresa
y su deterioro.