Les dejo la nota completa de un sitio de Geopolitica sobre otra derrota
del US Army
Por qué la invasión de Iraq fue la peor decisión de política exterior
de la historia de Estados Unidos
TomDispatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández
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Yo estuve allí. Y
“allí” podía ser un lugar cualquiera. Y un lugar cualquiera era el
lugar donde debías estar si querías apreciar de cerca los signos del fin de los
tiempos del Imperio Estadounidense. Era el lugar donde debías estar si querías
ver la locura –oh, sí, era
locura- sin filtrar a través de unos medios de comunicación complacientes y
adormilados encargados de que la política bélica de Washington pareciera, si no
sensata, al menos bastante cuerda y seria. Yo estuve en la Zona Cero de lo que
se intentaba que fuera la nueva pieza central para una Pax Americana en el Gran Oriente Medio.
Por decirlo sin ambages,
la invasión de Iraq resultó ser un chiste. Desde luego, no para los iraquíes ni
para los soldados estadounidenses, tampoco era un tipo de chiste de esos de ja, ja, ¡qué
risa! Y aquí va la verdad más triste de todo: el 20 de marzo, aunque
conmemoramos el décimo aniversario de la invasión en nombre del infierno,
todavía sigo sin entender bien bien las cosas. No obstante, en el caso de que
Vds. quieran que remate el chiste, aquí va: al invadir Iraq, EEUU hizo más por
desestabilizar el Oriente Medio de lo que posiblemente imaginamos en aquel
momento. Y nosotros –y tantos otros- estaremos pagando el precio durante
mucho, mucho tiempo.
La
locura del Rey Jorge
Es fácil olvidar lo
normal que se veía entonces la locura. En 2009, cuando llegué a Iraq, estábamos
ya en el último aliento respecto a poder salvar algo de lo que puede ya
considerarse como la peor decisión de política exterior en la historia de EEUU.
Fue entonces cuando, como funcionario del Departamento de Estado asignado para
dirigir dos equipos provinciales de reconstrucción en el este de Iraq, entré
por primera vez en aquella planta
de procesamiento de pollos en medio de la nada.
Para entonces, el plan
estadounidense de “reconstrucción” de ese país se estaba ahogando
en ríos de dinero estúpidamente gastado. Al igual que el plato fuerte de esos
esfuerzos estadounidenses –al menos una vez que el Plan
A, el que postulaba que nuestras tropas invasoras iban a ser recibidas como
libertadoras con
flores y dulces, se estrelló y se quemó-, conseguimos arreglárnoslas para no
reconstruir nada de interés. Concebido primero como un Plan Marshall
para el Nuevo Siglo Americano, seis años después había degenerado en una farsa.
En mi acto de la función,
EEUU gastó unos 2.200 millones de dólares en construir una inmensa
instalación allá por el quinto pino. Haciendo caso omiso de la cruda
realidad de que los iraquíes llevaban criando y vendiendo pollos allí desde
hacía más 2.000 años, EEUU decidió financiar la construcción de una instalación
central de procesamiento para que los iraquíes mantuvieran la planta,
compraran pollos locales, los desplumaran y los cortaran en rodajas con
complejas maquinarias llevadas desde Chicago, empaquetaran las pechugas y alas
en un envoltorio de plástico y las transportaran en camiones a todos los
supermercados locales. Quizá fue fruto del calor del desierto, pero en aquel
momento esta historia les pareció lógica y el plan recibió el apoyo del
ejército, del Departamento de Estado y de la Casa Blanca.
Elegante como idea, al
menos para nosotros, no tuvo en cuenta unas cuantas cosas muy simples, como la
habitual carencia de electricidad, o los sistemas logísticos para llevar y
traer los pollos a la planta, o el capital de trabajo, o… hum… los supermercados. Como
consecuencia, en la reluciente planta de 2.200 millones de dólares no se
procesó nada, ni pollos ni nada. Por utilizar algunos de los tópicos de ese
momento, no transformó nada, no favoreció, no estabilizó, ni mejoró la vida de
un solo iraquí. Se quedó allí vacía, oscura y sin usar en medio del desierto.
Nosotros, como los pollos, nos quedamos cacareando y sin plumas.
Sin embargo, de acuerdo
con la locura de los tiempos, el simple hecho de que la planta no cumpliera
ninguno de sus objetivos reales no significó que el proyecto no fuera un éxito.
En realidad, la fábrica constituyó un hit
en los medios de comunicación estadounidenses. Después de todo, en cada visita
propagandística a la planta, mi grupo abastecía el lugar con pollos comprados a
toda prisa, ponía en marcha la maquinaria y montaba un espectáculo circense a
base pollos y gallos.
Con el humor negro de
aquel momento, bautizamos el lugar como la Fábrica de Pollos Potemkin. Entre una
visita y otra de los medios de comunicación y de los VIP, se quedaba a oscuras,
para despertar tan sólo con el canto del gallo si alguna mañana aparecía algún
equipo de cámaras para hacer una visita. Así pues, se consideró que nuestra
fábrica era todo un éxito. Robert
Ford, entonces en la Embajada en Bagdad y ahora duro embajador en la sombra
en Siria, dijo que la visita que hizo al lugar fue el día en que más había
disfrutado en Iraq. El General Ray
Odierno, entonces al frente de todas las fuerzas estadounidenses en Iraq,
envió a blogueros y seguidores a ver el victorioso proyecto. Parte de la propaganda,
que proclamaba que “enseñar a los iraquíes métodos para que prosperaran
por ellos mismos les daba la capacidad para conseguir su propia estabilidad sin
necesidad de depender de los estadounidenses”, se encuentra aún online
(incluyendo, en particular, esta encantadora
imagen de la tutoría estadounidense, una de mis favoritas).
No éramos estúpidos, no
vayan a creer. En realidad, todos nos sentíamos lo suficientemente listos e
inteligentes como para aprender a mirar hacia otro lado. La planta de pollos
fue al principio una historia divertida, un tipo de chiste interno en el que
todos conocíamos la gracia final. Hey,
malgastamos algún dinero, pero los 2.200 millones de dólares eran una suma
pequeña en una guerra cuyos costes algún día sobrepasarán los miles
de billones. Realmente, a fin de cuentas, ¿qué daño habíamos hecho?
El daño fue este: pretendíamos
dejar Iraq (y Afganistán) estabilizado para seguir avanzando en nuestros
objetivos. Lo que hicimos fue gastar nuestro tiempo y dinero en cosas
obviamente insignificantes, mientras la mayoría de los iraquíes no disponían de
acceso a agua potable, a electricidad regular y a atención sanitaria y
hospitalaria. Otro funcionario del Departamento de Estado en Iraq escribió en
el resumen semanal que me enviaba: “En el corte de cintas de nuestro
proyecto, se nos recibe normalmente con un somero ‘gracias’,
seguido por una larga lista de apabullantes necesidades relativas a aspectos
esenciales como son el agua y la energía”. ¿Cómo íbamos a poder
estabilizar Iraq si actuábamos como bufones? Como
me dijo un iraquí: “Es como si yo estuviera desnudo en una habitación con
un gran sombrero en la cabeza. Todo el mundo entra y va poniéndome flores y
cintas en el sombrero, pero nadie parece darse cuenta de que estoy
desnudo”.
Desde
luego, en 2009, todo eso debía resultar obvio. Ya no estábamos dentro del sueño
neocon de la superpotencia
mundial sin rival sino atascados en todo cuanto había sucedido. Éramos una
fábrica de pollos en el desierto que nadie quería.
Viajando
en el tiempo hasta 2003
Los aniversarios son
tiempos de reflexión, en parte porque a menudo sólo con la perspectiva somos
capaces de reconocer los momentos más importantes de nuestra vida. Por otra
parte, en los aniversarios es difícil recordar cómo era realmente todo cuando
todo empezó. En medio del actual caos en Oriente Medio, es fácil, por ejemplo,
olvidar cómo eran las cosas cuando empezaba 2003. Parecía que Afganistán había
sido invadido y ocupado rápida y limpiamente de un modo que los soviéticos (los
británicos, los antiguos griegos…) nunca podrían haber soñado. Irán
estaba aterrado viendo el poderío del ejército estadounidense en su frontera
oriental, que pronto se situaría también en la occidental, mostrándose dispuesto
a negociar. Siria estaba controlada por la brutalidad estable de Bashar
al-Asad y las relaciones eran tan buenas que EEUU estaba entregándole
a sospechosos de terrorismo para que les torturara en sus prisiones secretas.
La mayor parte del resto
de Oriente Medio estaba inmersa en un largo sueño con dictadores lo
suficientemente fiables como para mantener la estabilidad. Libia era una
excepción, aunque las predicciones decían que antes de que pasara mucho tiempo
Muammar Qadafi haría algún tipo de trato. (Y
lo hizo). Todo lo que se necesitaba era un navajazo rápido en Iraq para
establecer una presencia militar permanente estadounidense en el corazón de
Mesopotamia. Nuestras futuras guarniciones allí podrían obviamente supervisar
las cosas, proporcionando la potencia necesaria para aplastar cualquier futuro
elemento desestabilizador. Todo eso tenía mucho sentido para los neocon visionarios de los primeros años de
Bush. Lo único que Washington no pudo
imaginar fue esto: que el principal elemento desestabilizador seríamos
nosotros.
En efecto, su poderoso
plan se estaba ya desintegrando cuando apenas empezaba a soñarlo. En su ansia
por todo sin respetar nada que no fueran sus deseos, el equipo de Bush perdió
una oportunidad diplomática con Irán que podría haber hecho innecesario el
actual ruido de sables, incluso cuando Afganistán se vino abajo e Iraq
implosionó. Como parte de la descomposición, hombres encarnizados, a quienes la
historia pilló por sorpresa, subieron el volumen de las medidas encarnizadas:
tortura, gulags secretos, entregas extraordinarias, asesinatos mediante aviones
teledirigidos, acciones extra constitucionales en casa. Se lanzaban las ofertas
más viles para tratar de salvar algo, incluyendo ignorar la red de A.Q. Khan de
proliferación nuclear pakistaní a cambio de un cursi momento-foto con Condi
Rice-Qadafi de acercamiento en Libia.
En el interior de Iraq,
la invasión estadounidense había desatado las fuerzas del conflicto sectario
sunní-chií. Esto, a su vez, estaba creando las condiciones de una guerra
por poderes entre EEUU e Irán, parecida a la cada vez más intensa guerra
por poderes entre Israel e Irán dentro del Líbano
(donde iba de la mano otro suceso desestabilizador: la invasión israelí de
2006, sancionada por
EEUU). Nada de todo esto ha acabado aún. En la actualidad, de hecho, esa
guerra por poderes ha encontrado sencillamente un nuevo anfitrión, Siria,
con múltiples potencias utilizando la “ayuda humanitaria” para
impulsar una y otra vez a su alrededor los avatares sunníes y chiíes.
Irán, haciendo
tambalearse las expectativas neocon,
superó la década estadounidense en Iraq con mayor potencia económica, con un comercio entre los
dos vecinos que consigue burlar las sanciones y que está valorado en unos
5.000 millones de dólares al año, que siguen en aumento. En esa década, EEUU se
las arregló también para eliminar a uno de los contrapesos estratégicos de
Irán, Sadam Hussein, sustituyéndole con un gobierno dirigido por Nuri
al-Maliki, que en otra época se había asilado en
Teherán.
Mientras tanto, Turquía
está ahora enredada en una guerra
abierta con los kurdos del norte de Iraq. Turquía es, desde luego, parte de
la OTAN, por tanto imagínense al gobierno de EEUU quedándose sentado en
silencio mientras Alemania bombardeaba Polonia. Para completar el círculo, el primer
ministro iraquí advirtió
recientemente que una victoria de los rebeldes sirios provocará guerras
sectarias en su propio país y creará un nuevo puerto seguro para al-Qaida que
desestabilizará aún más la región.
Al mismo tiempo, EEUU,
militarmente quemado, económicamente tambaleante desde las guerras en Iraq y
Afganistán y careciendo de toda autoridad moral en Oriente Medio después de
Guantánamo y Abu
Ghraib, se queda con los brazos cruzados mientras la chispa regional que
llegó a llamarse la Primavera Árabe se apaga
y es sustituida por mucha más desestabilización en toda la región. E incluso
todo esto no ha conseguido detener a Washington de seguir adelante persiguiendo
la última versión
de la (ahora sin nombre) guerra global contra el terror hacia nuevas regiones
necesitadas de desestabilización.
Teniendo en cuenta la
facilidad con la que el paralizado pueblo estadounidense miraba patrióticamente
hacia otro lado mientras nuestras guerras seguían sus particulares sendas hacia
el infierno, nuestros dirigentes ni pestañearon ya ante el pensamiento de
enviar aviones teledirigidos
estadounidenses y fuerzas de operaciones especiales más lejos que nunca,
especialmente hacia lo más profundo de África,
creando desde las cenizas de Iraq una versión fronteriza del estado de guerra perpetua que
George Orwell imaginó una vez para su distópica novela 1984. Y no duden ni un segundo que hay una
senda directa que va desde la invasión de 2003 y aquella planta de pollos hacia
el peligroso y caótico lugar que pasa hoy por nuestro mundo estadounidense.
Feliz
aniversario
En este décimo
aniversario de la Guerra de Iraq, el mismo Iraq sigue siendo, se mire por donde
se mire, un lugar peligroso e inestable. Incluso el habitualmente risueño
Departamento de Estado aconseja
a los viajeros estadounidenses que van a Iraq “que sigue habiendo riesgo
de secuestro para los ciudadanos de EEUU… porque hay numerosos grupos de
insurgentes, incluyendo a al-Qaida, que siguen activos…” y apunta
que “la guía del Departamento de Estado para las empresas de EEUU en Iraq
aconsejan seguir los Detalles para la Protección y Seguridad”.
En una visión más general,
el mundo es también un lugar mucho más peligroso que en 2003. En efecto, para
el Departamento de Estado, que me envió a Iraq para que fuera testigo de las
locuras del imperio, el mundo es ahora aún más sobrecogedor. En 2003, en aquel
infame momento de “misión
cumplida”, sólo Afganistán estaba en la lista de embajadas en el
extranjero que se consideraban “puestos
de extremo peligro”. Sin embargo, bastante pronto, se añadieron Iraq
y Pakistán. En la actualidad, Yemen y Libia, que en otro tiempo eran puestos
aburridos pero seguros para los funcionarios del Estado, han caído ya en la
misma categoría.
Otros lugares que eran
también considerados seguros para los diplomáticos y sus familias, como Siria
y Mali,
han sido evacuados y no hay presencia diplomática estadounidense alguna.
Incluso el adormilado Túnez,
que era en otro tiempo tan tranquilo que el Departamento de Estado tenía allí
su escuela
de lengua árabe, tiene ahora reducido su personal y los familiares de los
diplomáticos no residen allí. Egipto
va y viene, sube y baja.
El liderazgo iraní
observaba cuidadosamente cómo la versión imperial estadounidense de Iraq se
venía abajo, concluyendo que Washington era un tigre de papel, retirándose de
las ofertas iniciales de negociar cuestiones controvertidas y, en cambio (al
menos durante un tiempo), redoblando sus esfuerzos para conseguir capacidad
nuclear inmediata, ayudados
por el anterior trabajo de esa misma red de A.Q. Khan. Corea
del Norte, otra beneficiaria de A.Q. Khan, siguió el mismo camino cada vez
más alejada de Washington, mientras se convertía en una auténtica potencia
nuclear. Su vecina China seguía su propio sendero de dominio económico,
mientras ayudaba a “pagar” por la Guerra de Iraq convirtiéndose en
el número
uno de los tenedores de deuda estadounidense entre los gobiernos
extranjeros. Ahora posee más del 21% de la deuda que EEUU mantiene en el
extranjero.
Y no guarden, de momento,
el libro de chistes. Sustituyendo como apologista-en-jefe al ausente George W.
Bush y a los altos funcionarios de su administración en este décimo
aniversario, el ex Primer Ministro británico Tony Blair nos recordaba
recientemente lo que se nos aproxima por el horizonte. Concediendo que
“había renunciado desde hacía tiempo a intentar persuadir a la gente de
que tomó la decisión correcta sobre Iraq”, Blair añadió que se avecinaban
nuevas crisis. “Tienen ya una en Siria, justo ahora, y tendrán otra en el
futuro en Irán”, dijo. “Estamos en medio de esta lucha, que va a
necesitar de una generación, va a ser muy arduo y difícil. Pero pienso que
cometemos un error, un profundo error, si pensamos que podemos mantenernos al
margen de esa lucha”.
Piensen
en ese comentario como si fuera una advertencia. Al haber convertido de alguna
forma en enemigo a gran parte del Islam, Washington se ha asegurado básicamente
crisis interminables que no tiene posibilidad alguna de ganar. En este sentido, Iraq no fue una
aberración, sino el cénit y el
nadir históricos de una forma de pensamiento que está ahora lentamente
declinando. Durante las décadas venideras, EEUU tendrá un ejército lo
suficientemente grande como para asegurar que nuestra decadencia sea lenta,
sangrienta, desagradable y renuente, aunque inevitable. Un día, no obstante,
hasta los aviones teledirigidos tendrán que aterrizar.
Así pues, ¡feliz X
aniversario, Guerra de Iraq! Una década después de la invasión, un caótico e
inestable Oriente Medio es el inacabado legado de nuestra invasión. Supongo
que, a pesar de todo, seguiremos con los chistes, aunque nadie se esté riendo.
Peter
Van Buren pasó 24 años trabajando en el Departamento de Estado, estuvo
destinado un tiempo en Iraq. Es colaborador habitual de TomDispatch. Escribe sobre Iraq, Oriente
Medio y la diplomacia estadounidense en su blog We Meant Well. Es autor de “We
Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi
People” (The American Empire Project, Metropolitan Books). Trabaja
actualmente en un nuevo libro: “The People on the Bus: A Story of the
99%”.
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