Otro
artículo del Maestro Noam Chomsky, se los dejo… omite comentar sobre
los escuadrones de la muerte que fueron financiados por la CIA con
expresas ordenes de Ronald Reagan para eliminar la “amenaza” comunista
en Centroamérica…
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La
primera plana del New York Times del 26 de junio muestra la foto de una
mujer que llora a un iraquí asesinado, una de las innumerables víctimas
de la campaña del llamado Estado Islámico en la que el ejército iraquí,
armado y entrenado durante años por Estados Unidos, se disolvió con
rapidez, abandonando gran parte de Irak a unos cuantos militantes,
experiencia nada novedosa en la historia imperial. Arriba de la
fotografía está el famoso lema del periódico: Todas las noticias que es
apropiado imprimir.
Hay
una omisión crucial. La primera plana debería desplegar las palabras
del juicio de prominentes nazis en Nüremberg, las cuales deberían
repetirse hasta que penetren la conciencia general: la agresión es el
supremo crimen internacional, sólo diferente de otros crímenes de guerra
en que contiene en sí mismo el mal acumulado de todos.
Y
junto a esas palabras debe estar la admonición de Robert Jackson,
fiscal principal de Estados Unidos en ese juicio: El fundamento sobre el
cual juzguemos a estos acusados será el fundamento sobre el cual la
historia nos juzgará mañana. Dar un cáliz envenenado a estos acusados es
ponerlo también en nuestros labios.
La
invasión de Irak por Estados Unidos y Gran Bretaña fue un ejemplo de
libro de texto de lo que es agresión. Los apologistas invocan nobles
intenciones, que serían irrelevantes aun si sus alegatos se sostuvieran.
A
los tribunales de la Segunda Guerra Mundial no les importó un bledo que
los imperialistas japoneses intentaran llevar un paraíso en la Tierra a
los chinos que masacraron, ni que Hitler enviara tropas a Polonia para
defender a Alemania del terrorismo salvaje de los polacos. Lo mismo se
aplica cuando bebemos del cáliz envenenado.
Los
que están del lado donde golpea la cachiporra tienen pocas ilusiones.
Abdel Bari Atwan, editor de un sitio web panárabe, observa que el
principal factor causante del caos actual (en Irak) es la ocupación de
Estados Unidos y Occidente y el apoyo árabe a ella. Cualquier otra
afirmación es engañosa y apunta a distraer la atención de esta verdad.
En
una entrevista reciente en el programa de televisión de Bill Moyers,
Moyers & Company, el especialista iraquí Raed Jarrar delineó lo que
nosotros en Occidente deberíamos saber. Como muchos iraquíes, Jarrar es
mitad chiíta y mitad sunita, y antes de la invasión apenas si conocía
las identidades religiosas de sus parientes porque la secta no formaba
parte de la conciencia nacional.
Jarrar
nos recuerda que la pugna sectaria que destruye nuestro país... comenzó
sin duda con la invasión y ocupación estadunidense. Los agresores
destruyeron la identidad nacional iraquí y la remplazaron con
identidades sectarias y étnicas, que comenzaron cuando Washington impuso
un consejo de gobierno basado en identidad sectaria, algo nuevo en
Irak.
Hoy
día chiítas y sunitas son enemigos acérrimos, gracias al mazo que
blandieron Donald Rumsfeld y Dick Cheney (secretario de Defensa y
vicepresidente en el gobierno de George W. Bush, respectivamente), junto
con otros como ellos que nada entendían más allá de la violencia y el
terror, y que ayudaron a crear conflictos que ahora hacen pedazos la
región.
Otros
encabezados informan del resurgimiento del talibán en Afganistán. El
periodista Anand Gopal explica las razones en su notable libro No Good
Men Among the Living: America, the Taliban, and the War through Afghan
Eyes (No hay buenos entre los vivos: Estados Unidos, el talibán y la
guerra vista con ojos afganos).
En
2001-02, cuando el mazo estadunidense golpeó Afganistán, los
extranjeros de Al Qaeda que se ocultaban allí desaparecieron y el
talibán se disolvió. Muchos escogieron, en el estilo tradicional, acomodarse entre los nuevos conquistadores.
Pero
Washington estaba desesperado de encontrar terroristas que aplastar.
Los hombres fuertes que impusieron como gobernantes pronto descubrieron
que podían explotar la ciega ignorancia de los estadunidenses y atacar a
sus enemigos, incluso a quienes colaboraban gustosamente con los
invasores. En poco tiempo el país fue gobernado por esos crueles señores
de la guerra, mientras muchos antiguos talibanes que buscaban unirse al
nuevo orden recrearon la insurgencia.
Más tarde el mazo fue recogido por el presidente Obama, al encabezar desde atrás el aplastamiento de Libia.
En marzo
de 2011, en medio de un levantamiento contra el gobernante libio
Muammar Kadafi como parte de la primavera árabe, el Consejo de Seguridad
de la ONU adoptó la resolución 1973, que llamaba a detener el fuego y
poner fin a la violencia y a todos los ataques y abusos contra civiles.
El
triunvirato imperial –Francia, Inglaterra y Estados Unidos– decidió al
instante violar la resolución, convertirse en la fuerza aérea de los
rebeldes e intensificar la violencia. Su campaña culminó en el asalto al
refugio de Kadafi en Sirte, el cual dejaron devastado por completo,
reminiscente de las escenas más sombrías de Grozny, hacia el final de la
sangrienta guerra de Rusia en Chechenia, según reportes de testigos en
la prensa británica. A un costo sangriento, el triunvirato logró su
objetivo de cambio de régimen, en violación de sus piadosos
pronunciamientos en contrario.
La
Unión Africana se opuso con energía al asalto del triunvirato. Como
informó el especialista en África Alex de Waal en la revista británica
International Affairs, la UA propuso un mapa de ruta que instaba al cese
del fuego, asistencia humanitaria, protección de migrantes africanos
(que en su mayoría eran asesinados o expulsados) y otros nacionales
extranjeros, y a adoptar reformas políticas para eliminar las causa de
la crisis actual, más otros pasos para instaurar un gobierno interino
incluyente y consensuado, que conduzca a elecciones democráticas.
El
esquema de la UA fue aceptado en principio por Kadafi, pero desdeñado
por el triunvirato, que no estaba interesado en verdaderas
negociaciones, observa De Waal.
El
resultado es que hoy Libia es despedazada por milicias en conflicto, en
tanto se ha desatado el terror yihadista en gran parte de África, junto
con un flujo de armas que llega hasta Siria.
Existen
muchas pruebas de las consecuencias de esta política del mazo. Veamos
la República Democrática del Congo, antes Congo Belga, un enorme país
rico en recursos… y una de las peores historias de horror
contemporáneas. Tuvo la oportunidad de desarrollarse con éxito luego de
alcanzar la independencia en 1960, bajo el gobierno del primer ministro
Patricio Lumumba. Pero Occidente no quería nada de eso. Allen Dulles,
director de la CIA, determinó que la remoción de Lumumba debía ser un
objetivo urgente y primordial de una acción encubierta, sobre todo
porque las inversiones estadunidenses en el país peligraban a causa de
lo que documentos internos llamaban nacionalistas radicales.
Bajo
la supervisión de oficiales belgas, Lumumba fue asesinado, cumpliendo
el deseo de Eisenhower de que cayera en un río lleno de cocodrilos.
Congo fue entregado al favorito de Washington, el asesino y corrupto
dictador Mobutu Sese Seko, y de allí el actual naufragio de las
esperanzas africanas.
En
lugares más cercanos es más difícil cerrar los ojos a las consecuencias
del terrorismo de Estado de Washington. Hoy reina la preocupación sobre
el éxodo de niños que huyen a Estados Unidos desde Centroamérica. El
Washington Post informa que el incremento de estos migrantes procede en
su mayor parte de Guatemala, El Salvador y Honduras, pero no de
Nicaragua. ¿Por qué? ¿Podría ser que cuando el mazo de Washington
aporreaba la región, en la década de 1980, Nicaragua era el único país
que contaba con un ejército para defender a la población de los
terroristas dirigidos por Estados Unidos, mientras en los otros tres
países los terroristas que devastaban a la población eran los ejércitos
entrenados y equipados por Washington?