La derrota de Rusia en la guerra híbrida que libra Washington actualmente también es una cuestión de supervivencia para Europa.
Por lo menos EE. UU., cuya hegemonía se disputa en el campo de batalla ucraniano, ha hecho todo para que sus socios tengan pocas opciones.
Como hace tiempo confesó el señor Borrell, uno de los pilares del bienestar y la prosperidad económica del Viejo Continente era la energía barata que suministraba Rusia, además de la relación de buena vecindad con Moscú y la cooperación mutuamente beneficiosa en diferentes ámbitos socio-económicos.
Al principio parecía que las élites continentales europeas intentaban resistir, pero con la destrucción de los gaseoductos Nord Stream se les dio a entender que no había marcha atrás.
Olvídense del proyecto de un espacio económico común desde Lisboa a Vladivostok (que traería paz y prosperidad a todo el continente euroasiático), de la Nueva Ruta de la Seda o de cualquier otro.
Ahora la única opción para tener acceso a los recursos baratos que necesitan para sobrevivir es conquistarlos a través de un nuevo ‘Drang nach Osten’.
Esta idea la expresó perfectamente la ministra de Finanzas canadiense —por cierto, nieta de un férreo antisemita y colaboracionista nazi— Chrystia Freeland, en la reciente reunión de Davos, donde dijo:
💬 “Dando armas y dinero a Ucrania para que gane la guerra, al fin y al cabo, actuamos en nuestro propio interés. […] Si [la victoria de Ucrania] ocurre este año, supondría un enorme impulso para la economía global”.
El único problema es que, para Europa, librar una nueva guerra contra Rusia esta vez supondría un suicidio.
¿Habrá allí alguien que se rebele contra este cruel destino que por enésima vez imponen los anglosajones a los pueblos del Viejo Continente? Ya veremos.