Les dejo otro articulo sobre como Europa a
experimentado “austeridad” como la actual y lo que dio como
resultado.
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El mundo está ya
en lo que deberíamos ir llamando la Segunda Gran Depresión. Mientras Estados
Unidos entra de lleno en una nueva recesión, la crisis en Europa va de mal en
peor. La economía china pierde velocidad y los mal llamados mercados emergentes
comenzarán a sufrir las consecuencias de la crisis dentro de pocos meses. La
política de austeridad que hoy se aplica en Europa está hundiendo el continente
en una profunda recesión. En un escenario tan sombrío es bueno echar un vistazo
a las lecciones de la historia. Después de todo, no es la primera vez que se
recurre a los dogmas de corte ortodoxo para buscar la salida en una crisis. En
lo que sigue, los lectores pueden apreciar los paralelismos con la crisis
actual y la política de austeridad en Grecia, España, Italia y Portugal. Una
referencia pertinente es el libro de Peter Temin, historiador de la economía y
del cambio técnico. En su libro Lecciones de la Gran Depresión Temin examina la
evolución de los gobiernos de la alemana República de Weimar (1919-1933) y sus
esfuerzos por enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos
de las reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y
como había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania
resultaron ser impagables.
En 1921 Francia y
Bélgica enviaron 70 mil tropas para ocupar el valle del Ruhr en represalia por
la falta de pago y los efectos fueron desastrosos. En reacción, el gobierno
alemán hizo un llamado a una huelga general. La resistencia fue sofocada con
lujo de violencia por las tropas francesas. La economía se colapsó. La
producción se redujo drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23 por
ciento). La recaudación se desplomó y el gobierno recurrió a financiar su
déficit a través de la monetización. Estaban dadas todas las condiciones para
el episodio de hiperinflación que dejó una profunda cicatriz en las
percepciones del pueblo alemán. Para 1923 era evidente que la economía alemana
estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra presionaron para
aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó sus
recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar el
pago de reparaciones y restructurar el banco central. El objetivo era dar un
respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de
crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le
brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la
reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad
importante de recursos para invertir en la economía alemana. Todo esto
implicaba que cualquier descalabro en Estados Unidos significaría el colapso de
la economía de la república de Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del
comité Dawes eran de corto plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo
un gravamen muy pesado. En 1929, poco antes del colapso en Wall Street, se
estableció otro mecanismo para aligerar el peso de las reparaciones.
El
resultado fue el llamado plan Young, anunciado en 1930. Pero ya era demasiado
tarde pues era claro que Estados Unidos ya no podría proporcionar el oxígeno
que necesitaba la maltrecha economía de Weimar y Alemania nunca podría pagar
las reparaciones. Las autoridades en Berlín se manejaban dentro del marco de
referencia de las finanzas ortodoxas y del sistema de pagos internacionales que
imponía el patrón oro. Tuvieron que responder a las restricciones que este entorno
internacional imponía con una fuerte depresión interna. Hjalmar Schacht,
presidente del Reichsbank y su sucesor, Hans Luther, aplicaron políticas
restrictivas y mantuvieron la tasa de descuento muy por arriba de las tasas de
Londres y Nueva York con el fin de reducir la pérdida de oro. Las autoridades
fiscales fueron aún más agresivas en su afán deflacionario: desde principios de
1930 el canciller Heinrich Brüning mantuvo recortes fiscales brutales y una
política deflacionaria (reducciones salariales y de la ayuda por desempleo)
para restablecer un equilibrio en el contexto del patrón oro. En vista de que
Alemania tenía que pagar sus cuentas externas con poder de compra equivalente
al patrón oro, el ajuste debía pasar por la deflación en el plano interno hasta
alcanzar ese objetivo.
Las políticas deflacionarias y el revanchismo
cristalizado en las reparaciones de guerra acabaron por hacer añicos la
república de Weimar. Entre 1929 y 1932 el partido nacional socialista pasó de
12 a 107 diputados. Los dogmas de la ortodoxia en materia financiera y fiscal
carecen de sentido económico. Se apoyan en algunas ideas que suenan lógicas
pero que son falsas. Y cuando se les traduce en política macroeconómica, el
resultado es un desastre: no sólo son capaces de hundir una economía en la
depresión más profunda, sino que conducen a destruir el tejido social y a un
paisaje de violencia desoladora. En México y en Europa las lecciones de la
historia no deben olvidarse.