Gran articulo para ustedes, sobre todo lo implicado en la revolución en Ucrania, y lo que le espera a Venezuela, cuando una democracia no sirve al Imperio es necesario enviar a “luchadores de la libertad y democracia”, revisen bien lo del caso de Lituania antes de la caída de la URSS en donde los muertos los pusieron los Lituanos asesinados por Lituanos, para hacer martires…
--****--
Esas
 provocaciones han sido organizadas en Serbia, Georgia, Moldavia, 
Bielorrusia, Ucrania, Kirguizistán, Venezuela, así como en otros países,
 y se han alentado movimientos de protesta en Rusia (que no tienen nada 
que ver con las reclamaciones de la izquierda), en Cuba, en Venezuela, 
en regiones chinas con movimientos nacionalistas, como Xinjiang y Tíbet,
 siempre con diferente fortuna, recurriendo a la financiación de fuerzas
 internas, a la intervención de organismos occidentales y ONGs, casi 
siempre de la órbita norteamericana, y al estímulo de movimientos de 
oposición por parte de los servicios secretos y de la diplomacia. Que 
Washington intervenga en un país concreto (y algunos de sus socios: 
Polonia, Francia, Arabia, etc) no significa que no existan motivos de 
agitación y de insatisfacción, a veces, incluso, justificados. Estados 
Unidos, y algunos de sus aliados de la Unión Europea, no crean de la 
nada los movimientos de protesta: actúan siempre sobre un fermento de 
desconfianza, de hartazgo, pero desarrollan y financian esas protestas 
como un factor más de su política exterior. Así, la denominada 
“revolución Twitter” en Moldavia, en abril de 2009, tuvo origen en las 
protestas por la victoria del Partido Comunista en las elecciones, una 
victoria limpia pero que no fue aceptada por el electorado derechista 
(que llegó a asaltar e incendiar el Parlamento), frustrado por lo que 
consideraba el alejamiento de su ansiada perspectiva de unión con 
Rumania y de ingreso en la Unión Europea, reclamando la repetición de 
las elecciones. A su vez, en Ucrania, el hartazgo popular por la 
corrupción del gobierno de Yanukóvich era real (corrupción similar, por 
otra parte, a la que se produjo con los gobiernos “naranja” de Yúshenko y
 Timoshenko, ahora de nuevo en el poder), así como la participación en 
las protestas de algunos sectores que no se identificaban con el 
nacionalismo fascista de Svóboda o de Pravy Sektor, sino que estarían 
más próximos a una vaga izquierda… aunque acabase predominando la 
brutalidad nazi y fascista que ahora patrulla las calles de Kiev.
El
 golpe de Estado en Ucrania, que los grandes medios de comunicación 
internacionales están convirtiendo en la “invasión de Crimea”, es la 
falla más preocupante de cuántas aparecen hoy en el escenario político 
internacional. La Unión Europea y Estados Unidos no sólo han apoyado un 
golpe de Estado, sino que han participado en su gestación. Los 
francotiradores que asesinaban a policías y manifestantes fueron 
contratados por la oposición, como sabemos ahora, después de haber 
causado una conmoción mundial achacando la responsabilidad al depuesto 
Yanukóvich. No es la primera provocación, ni será la última, en la 
periferia rusa. En enero de 1991, en Vilna, Lituania, todavía territorio
 soviético, una matanza de catorce personas ante la torre de la 
televisión conmovió al mundo, y toda la prensa internacional acusó al 
ejército soviético y al gobierno de Moscú. Hoy, sabemos también 
que fue una matanza provocada por los nacionalistas del Sajudis, por el 
propio gobierno lituano, para acusar a la Unión Soviética y, entre el 
dolor y la conmoción, precipitar la independencia. (Véase la 
entrevista con Audrius Butkevičius, responsable militar entonces del 
gobierno lituano, donde reconoce la autoría de la provocación, 
https://www.youtube.com/watch?v=1iIMRfYBNZw; así como “Veinte años sin 
la URSS”, http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php?numRevista=287).
Las
 evidencias sobre los sospechosos francotiradores han sido ignoradas, y 
ni la Unión Europea ni Estados Unidos (mucho menos, el gobierno golpista
 ucraniano de Yatseniuk) exigen la apertura de una investigación. La 
llegada de ministros de extrema derecha al gobierno ucraniano, y la 
persecución política de quienes son acusados de ser “partidarios de 
Rusia”, con asesinatos y quema de domicilios de opositores, debería 
alarmar a todo el continente, no en vano dirigentes fascistas como 
Andréi Parubíi controlan el ejército, la policía y los servicios 
secretos.
Alexánder
 Yakimenko, que fue responsable de los servicios de seguridad ucranianos
 con el presidente derrocado, Yanukóvich, reveló que la acción de los 
francotiradores que protagonizaron una matanza entre manifestantes y 
policías el 20 de febrero, fue una provocación organizada por el 
“comandante” del Maidán, Andréi Parubíi, en coordinación con la embajada norteamericana.
 Parubíi es un veterano organizador de milicias fascistas y de grupos 
neonazis. Los disparos fueron realizados desde el edificio de la 
Filarmónica de Kiev que estaba controlado por hombres armados que 
dependían de Parubíi. Otros francotiradores a sus órdenes estaban 
apostados en el Hotel Kiev. El edificio del hotel domina toda la plaza 
del Maidán, y el edificio de la Filarmónica se encuentra a su derecha, 
en la cercana plaza Yevropeis'ka. De hecho, las palabras de Yakimenko 
confirman la conversación filtrada entre el ministro de Exteriores 
estonio, Urmas Paet, y Catherine Asthon, donde hacían responsable a la 
oposición de haber contratado a los mercenarios francotiradores que 
causaron la masacre. El nuevo gobierno golpista ucraniano nombró a 
Parubíi secretario de Seguridad Nacional, desde donde controla el 
Ministerio de Defensa y las fuerzas armadas.
Los
 servicios secretos norteamericanos, de acuerdo con Polonia, y en campos
 de entrenamientos polacos, letones y lituanos, organizaron la logística
 para impulsar el golpe de Estado en Ucrania. La generosa financiación 
de la revuelta llegó desde países europeos, de Estados Unidos y de 
oligarcas ucranianos.
 Una larga intromisión en los asuntos internos ucranianos, a través de 
ONGs, de agencias norteamericanas, y de financiación de grupos 
violentos, muchos abiertamente fascistas y nazis, confluyeron en el 
Maidán. La provocación y la crisis forzó a los acuerdos entre Yanukóvich
 y la oposición, sugeridos por los ministros de Exteriores de Alemania, 
Polonia y Francia… que fueron ignorados de inmediato por los matones del
 Maidán, dirigidos desde la embajada norteamericana.
 La pasividad del ejército, y la retirada de la policía, en aplicación 
de los acuerdos, dejó sin defensa al gobierno de Yanukóvich que asistió 
impotente a la ocupación del Parlamento y de los edificios del gobierno 
por parte de los grupos armados fascistas. Así triunfó el golpe de 
Estado.
De
 la calaña de los nuevos dirigentes de Kiev habla con elocuencia la 
conversación filtrada de Timoshenko, donde afirmó: “Hay que tomar las 
armas y matar a los malditos rusos”.
 El desembarco del FMI ya empieza a notarse: 25.000 funcionarios serán 
despedidos, los impuestos aumentarán, así como las medidas de austeridad
 y los recortes sociales, que serán aprobados de inmediato, y los 
soldados norteamericanos y de la OTAN podrán entrar en Ucrania.  
* * *
Ucrania
 es una pieza importante del tablero internacional, pero hay otras 
relevantes, en la compleja disputa por ámbitos de influencia. Estados 
Unidos, con la oportunista política exterior que está desarrollando, 
siempre ventajista, ha conseguido convertir, para el gran público, el 
golpe de Estado ucraniano en la “crisis de Crimea”, donde ha visto con 
impotencia el fracaso de su ambicioso propósito (no por oculto, menos 
evidente) de desalojar a la Armada rusa de Sebastopol, privándola así de
 buena parte de su capacidad de maniobra y dificultando su salida al mar
 Mediterráneo. 
Las
 tensas relaciones de Washington con Moscú no excluyen la negociación, y
 la posibilidad de acuerdos en otros escenarios. Así, en Afganistán, la 
retirada de las fuerzas norteamericanas, tras más de una década de 
ocupación, donde deja un país destruido, que puede derivar en una 
situación fuera de control, en el aumento de la inestabilidad en el país
 y en buena parte de Asia central. Las elecciones presidenciales del 5 
de abril de 2014 no cambiarán en esencia los riesgos que enfrenta el 
país: la retirada norteamericana, tras el acuerdo sobre seguridad 
alcanzado por Karzai y Estados Unidos, no garantiza el inicio de una 
posguerra pacífica: ni todos los talibán están de acuerdo en negociar 
con Karzai, ni las fuerzas entrenadas por Washington, que se harán cargo
 de la seguridad en el país, pueden asegurar el control sobre todo el 
territorio. Karzai busca garantías norteamericanas para evitar el 
vértigo del inicio de nuevos enfrentamientos abiertos con los 
islamistas; a su vez, Washington pretende mantener un gobierno cliente 
(aunque Karzai persigue sus propios fines, y está presionado por la 
situación interna) que salvaguarde sus intereses, y los talibán no 
renuncian a recobrar el poder. La hipótesis de negociaciones de paz 
entre el gobierno de Karzai y los talibán para un reparto del gobierno y
 del territorio no puede descartarse. Rusia y China temen una mayor 
desestabilización del territorio y la expansión del islamismo radical. 
Estados Unidos que desempeñó el papel de aprendiz de brujo impulsando el
 fanatismo islamista, se niega a asumir responsabilidades.
En
 Siria, donde la guerra civil ha destruido buena parte del país, 
Washington busca el derrocamiento de Bachar el-Asad, la ruptura de la 
alianza sirio-iraní, que influye en Iraq, Líbano y en minorías de 
Oriente Medio, y la rendición del último aliado de Moscú en la zona. También
 aquí Estados Unidos utilizó el recurso a la financiación de grupos 
terroristas, que se añadieron a las iniciales protestas pacíficas, que 
eran en esencia una mezcla de demandas cívicas y económicas y de grupos 
dirigidos y financiados por los servicios secretos occidentales. La 
transformación de limitadas protestas pacíficas en grupos armados e 
insurgentes financiados desde el exterior (Arabia, Qatar, Estados 
Unidos), y entrenados en Turquía, Arabia y Jordania, culminó en la 
sangrienta guerra civil de la que tampoco Washington se hace 
responsable.
La
 posibilidad de una intervención directa norteamericana todavía no puede
 descartarse. De hecho, Estados Unidos (conjuntamente con Francia) 
estuvo a punto de atacar a Siria en el verano de 2013, ataque que se 
detuvo gracias a la habilidad diplomática rusa y a la apertura de un 
escenario de negociaciones en Ginebra que, pese a su incierto futuro, 
Washington no podía ignorar. La destrucción del arsenal químico sirio, 
aceptada por Damasco, y la ronda de conversaciones en Ginebra, ha ido 
acompañada por el retroceso de las fuerzas islamistas y del conglomerado
 apoyado por Occidente y por algunos países árabes. El ejército sirio
 está empezando a controlar la situación, aunque nada es irreversible: 
Bachar el-Asad se enfrenta a grupos fanatizados de islamistas, y Estados
 Unidos no renuncia a su derrocamiento o, al menos, a su retirada 
pactada.
Irán
 concentra buena parte de las preocupaciones de Washington. Las 
negociaciones abiertas con Teherán, que han hecho aflorar diferencias 
entre Estados Unidos, por una parte, e Israel y Arabia, por otra, 
dependen de la evolución de la guerra civil en Siria, de la definición 
de objetivos por parte de Washington (con criterios divergentes entre el
 Pentágono y el Departamento de Estado), de los equilibrios internos 
entre Alí Jamenei y Hasán Rouhaní, y de la actitud de Rusia y China. Sin
 duda, Moscú, que mantiene buenas relaciones con Teherán, va a tener en 
cuenta la oportunista política norteamericana, que, en Ucrania, ha 
prescindido por completo de los intereses rusos. Al mismo tiempo, Arabia,
 discreto y poderoso actor regional, sigue dolida por el abandono de 
Estados Unidos a Mubarak: la revuelta egipcia cogió por sorpresa a 
Washington, que no dudó en distanciarse del dictador a quién había 
apoyado durante años… para tomar posiciones en el nuevo escenario: 
lo ha conseguido, y la previsible llegada al poder del general Abdul 
Fatah al-Sisi recompone su influencia en Egipto. Arabia desconfía de los
 resultados de unas negociaciones inciertas con Irán, y mantiene su 
rechazo a la emergencia iraní en la zona, rasgo que le acerca a Israel, 
cuya atención sigue centrada en la opresión del pueblo palestino y en la
 contención de Teherán.
En
 Iraq, la ocupación militar norteamericana y la guerra y destrucción del
 país han causado más de un millón y medio de muertos, y millones de 
refugiados. Los Estados Unidos utilizaron armamento prohibido: desde el 
agente naranja hasta el uranio empobrecido, violando las convenciones 
internacionales. El gobierno impuesto de al-Maliki continúa las 
prácticas norteamericanas de bombardeos sobre la población civil, pero 
la situación, con constantes protestas populares, es volátil, y una de 
las paradojas de una década de ocupación militar norteamericana es el 
reforzamiento de la influencia iraní en el país. En todo ese gran arco 
que va desde Afganistán hasta Siria, pasando por Irán e Iraq, Estados 
Unidos necesita de la buena voluntad de Moscú, y de su colaboración en 
el tránsito de tropas y de material de guerra, como ilustra las 
facilidades dadas por el gobierno ruso a la OTAN en Uliánovsk, cercana 
al Kazajastán.
China,
 otro de los protagonistas relevantes, ha mantenido una discreta 
posición ante la crisis ucraniana, preocupada por la intromisión 
norteamericana en los asuntos internos de otros países, pero también por
 la aparición de nuevas fronteras, con las secuelas de enfrentamientos e
 inestabilidad internacional, que quiere evitar a toda costa, aunque 
ello no impida que dibuje sus propias líneas rojas. Washington 
intenta detener el fortalecimiento chino, y diseña un nuevo equilibrio 
en la gran región de Asia-Pacífico que, a la fuerza ahorcan, no puede 
ignorar a China. La política de Washington pasa por fortalecer su alianza con Japón,
 Corea del Sur y Filipinas, mientras prosigue su estrategia, no por 
cautelosa menos decidida, de aproximación a la India, Birmania y 
Vietnam, con el objetivo de atraerlos a un frente antichino, y mientras 
presiona en la península coreana con sucesivas pruebas militares 
conjuntas con Seúl que no contribuyen a la estabilidad y aumentan la 
incertidumbre. Sin embargo, sus aliados tienen su propia agenda e 
intereses: incluso el dócil Japón afila su nacionalismo, provoca a China
 en Yasukuni, y apuesta por el reforzamiento de su ejército y por una 
reforma constitucional que cerraría el período abierto con el final de 
la Segunda Guerra Mundial. Washington sostiene a Japón, pero controla
 sus movimientos porque le preocupa la posibilidad de que una poco 
calculada apuesta japonesa dañe su planificación estratégica y sus 
intereses en Asia, mientras refuerza su dispositivo militar en la zona, y
 maniobra para que el dólar continúe manteniendo su función de moneda de
 reserva y de intercambio internacional ante el fortalecimiento 
económico del Asia oriental y de la moneda china.
América
 Latina sigue siendo un escenario secundario para las grandes potencias,
 aunque del éxito definitivo de la revolución bolivariana en Venezuela 
se desprenderían muchas consecuencias para el resto del continente y 
para el mundo. En Venezuela, de manera semejante a como ha hecho en 
Ucrania, Estados Unidos impulsa una política de acoso contra el gobierno
 de Maduro, y tiene diversas agencias colaborando con la oposición 
venezolana: la USAID, la CIA, la NSA, o la NED, National Endowment for 
Democracy. Washington ya colaboró en el golpe de Estado de 2002, 
cuando, tras la detención de Chávez, pretendieron imponer al efímero 
Carmona. Ahora, no sólo lo hace financiando campañas, sino asesorando a 
la oposición, impulsando una controlada estrategia de tensión en las 
calles y de estímulo de rebelión entre los militares, donde Maduro no 
tiene la misma influencia que tuvo Chávez. Una vertiente de la 
estrategia de acoso es la desinformación, ofreciendo a través de su 
potente prensa y del dominio de la agenda política internacional una 
visión distorsionada del país, que presenta como una dictadura pese a 
que el chavismo ha ganado de manera limpia todas las elecciones 
convocadas en la última década. La política norteamericana opera sobre 
una parte de la población que rechaza la revolución bolivariana, al 
tiempo que la escalada de violencia en el país favorece la presentación 
internacional de un cuadro de crisis aguda y estimula a los sectores 
que, frente a las victorias electorales chavistas, especulan con un 
golpe de Estado capaz de desalojar a Maduro del gobierno. Estados Unidos
 persigue la desarticulación del eje latinoamericano trenzado alrededor 
de Cuba y Venezuela, apuesta por estimular las protestas civiles en esos
 países, profundizar el desabastecimiento de productos alimenticios y de
 primera necesidad gracias a su colaboración con sectores empresariales 
ligados a la oposición derechista venezolana, con la intención de 
agudizar la crisis, en un escenario donde ni siquiera se descarta la 
hipótesis de un golpe de fuerza. Los objetivos son tres: la destrucción 
de la revolución bolivariana, una nueva derrota de la izquierda 
latinoamericana articulada en torno al eje Caracas-La Habana, y el 
control del petróleo venezolano. Bolivia tiene una importancia marginal 
en el escenario estratégico americano, aunque, junto a Ecuador y 
Nicaragua, aliados de Cuba y Venezuela, también entran en la 
planificación desestabilizadora de Washington.
* * *
Tras
 el fracaso de las aventuras militares en Afganistán e Iraq, que no han 
resuelto ninguno de los problemas de la zona (ni el terrorismo, ni el 
narcotráfico, ni la inestabilidad política y militar, ni han hecho 
avanzar la libertad, los derechos de la mujer o las instituciones 
democráticas, como tantas veces proclamaron los publicistas 
norteamericanos), el gobierno estadounidense ha decidido utilizar con 
mayor mesura sus fuerzas militares, aunque sin renunciar a ello, e 
impulsar sus objetivos políticos con otros medios: presiones 
diplomáticas, chantajes de Estado, acción de mercenarios, provocaciones,
 golpes de Estado. Para conseguir sus fines, el gobierno norteamericano 
no tiene el menor inconveniente en mentir. Incluso el propio Obama 
mintió cuando, durante su visita a Bruselas a finales de marzo de 2014, 
afirmó que Kosovo había adquirido la independencia a través de un 
referéndum supuestamente acordado entre los países interesados y la ONU;
 referéndum que nunca tuvo lugar, puesto que la secesión de la provincia
 serbia fue debida a una proclamación unilateral del gobierno y del 
parlamento kosovar, precedida por los bombardeos de la OTAN sobre los 
restos de Yugoslavia, sin autorización de la ONU.
La
 retórica libertaria de Washington esconde una acción que no por 
conocida es menos peligrosa para la paz y la estabilidad internacional. 
La utilización de drones para realizar asesinatos selectivos y 
bombardeos sobre la población civil, el recurso al espionaje, las 
escuchas ilegales, la financiación de grupos armados que puedan 
favorecer sus intereses, dentro de una concepción de “guerra no 
convencional”, preside muchos de los planteamientos del Pentágono y de 
la Casa Blanca. Sus fuerzas de operaciones especiales, y sus grupos de 
comandos, van a continuar siendo instrumento de la política exterior 
norteamericana, como muestra la actividad del United States Special 
Operations Command, comando de operaciones especiales, con base en 
Florida, que actúa en diferentes partes del mundo. No deja de ser 
peculiar que un país, como Estados Unidos, que mantiene un campo de 
concentración ilegal como Guantánamo, que organizó una red militar 
clandestina para el secuestro de personas en distintos países del mundo,
 que impulsó la creación de cárceles secretas en países como Polonia, 
Rumania, Letonia, República Checa, Egipto, Argelia, Thailandia, 
Afganistán, Pakistán, Libia, Marruecos, en connivencia con los gobiernos
 de esos países; que entregó a prisioneros a otros países para que 
fueran interrogados y torturados; un país que cuenta con una kill list 
secreta, que firma el presidente Obama, para ejecutar a personas en 
cualquier lugar del planeta sin ningún control judicial; un país que ha 
organizado una red de espionaje mundial, revelada por Snowden, que 
lesiona las leyes internacionales y los derechos humanos, y que violó la
 resolución de la ONU sobre Libia para asesinar a Gadafi, como antes 
invadió Afganistán e Iraq; que un país así se adjudique la condición de 
severo juez planetario sobre la libertad y los comportamientos 
democráticos, es, cuando menos, sorprendente.
En
 el complejo escenario internacional, no pueden descartarse acuerdos 
parciales, presididos por los objetivos a largo plazo. Así, Washington, 
sin renunciar a utilizar todos sus recursos, va a continuar con su 
acercamiento a Irán, aunque eso dañe sus relaciones con Israel y Arabia;
 quiere llegar a compromisos en Siria, sin ceder en su exigencia de la 
salida de Bachar al-Asad, y va a continuar impasible ante el sufrimiento
 palestino, sin aumentar su presión sobre Tel-Aviv y sin lanzar una 
seria apuesta por la creación de dos Estados en las fronteras de la Palestina
 histórica. Estados Unidos está dispuesto a llegar a un acuerdo 
diplomático en Ucrania, aceptando la incorporación de Crimea a Rusia, 
pero sin renunciar a la expansión de la OTAN, para conseguir a medio
 plazo el acercamiento de Kiev a la Unión Europea y la ruptura 
definitiva de sus lazos con Moscú, sin transigir con la federalización 
del país ni con el respeto de los intereses rusos. En Venezuela, por 
el contrario, Estados Unidos va a continuar impulsando una agresiva 
política que sólo tiene un objetivo: el derrocamiento del chavismo y la 
derrota de la revolución bolivariana, mientras observa los 
movimientos de Raúl Castro y las nuevas opciones abiertas por el 
gobierno cubano, consciente del fracaso de su vieja política de bloqueo.
La
 crisis ucraniana no fue iniciada por Moscú. Ahora, el gobierno golpista
 ucraniano, Estados Unidos y la Unión Europea no quieren ni oír hablar 
de la creación de una comisión internacional que investigue los 
asesinatos a manos de los francotiradores de Kiev.
 Así, si los matones nazis pueden desfilar impunemente por Kiev y otras 
ciudades ucranianas, no extraña tampoco que veteranos nazis de las 
Waffen-SS desfilen en Riga, amparados por ministros del gobierno letón, 
como hicieron a mediados de marzo de 2014. 
La
 responsabilidad de la Unión Europea y de Estados Unidos en haber hecho 
posible la llegada de ministros abiertamente fascistas al gobierno de un
 país europeo es evidente, como en haber facilitado cobertura 
diplomática y apoyo posterior a un gobierno golpista, pero ni las 
denuncias periodísticas ni el recurso a las instancias internacionales 
va a hacer que Washington renuncie a la utilización de compañías de 
mercenarios, grupos terroristas y golpes de Estado patrocinados por 
“movimientos democráticos”. La retórica norteamericana y europea sobre 
la libertad y la democracia son apenas una trampa para incautos, por 
mucho que sea, también, una digna y justa aspiración para la mayoría de 
la humanidad. La política internacional no se explica con teorías de la conspiración, sino con brutales intereses nacionales, que, a veces, se defienden con mercenarios y golpistas. Washington tiene entre sus objetivos la ampliación militar de la OTAN hacia el Este, el control de los flujos de hidrocarburos y la búsqueda de mercados y oportunidades de negocio para sus multinacionales, sin olvidar que no ha renunciado a la partición de la propia Rusia.
 De Ucrania a Venezuela, los mercenarios preparan recursos y arsenales, y
 el Departamento de Estado mueve piezas sobre el tablero.

