Otro gran aportación del maestro Noam Chomsky sobre como Estados Unidos
sigue en decadencia y perdiendo sus estados clientes
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El dilema de Washington ante la “pérdida” del planeta
Tom Dispatch
[Este artículo es una adaptación del capítulo
“Uprisings” contenido en el libro “Power Systems:
Conversations on Global Democratic Uprisings and the New Challenges to U.S.
Empire”, en el que se ofrecen una serie de entrevistas entre Chomsky y
David Barsamian (con nuestro agradecimiento hacia la editorial, Metropolitan
Books). Las preguntas son de Barsamian, las respuestas de Chomsky.]
¿Tiene actualmente Estados Unidos el mismo control que tenía
en otras épocas sobre los recursos energéticos del Oriente Medio?
Los
países productores de energía más importantes del mundo siguen estando aún bajo
el control de las dictaduras que Occidente apoya. Eso hace que los progresos
conseguidos por la Primavera Árabe sean en realidad limitados, aunque no
insignificantes. El sistema dictatorial controlado por Occidente está
erosionándose. De hecho, lleva tiempo ya debilitándose. Por eso, por ejemplo,
si retrocedemos 50 años, vemos que los recursos energéticos –la principal
preocupación de los estrategas estadounidenses- han sido en su mayoría nacionalizados.
Hay constantes intentos para revertir ese hecho pero no han tenido éxito.
Tomemos,
por ejemplo, la invasión de Iraq. Para todo el mundo, excepto para algún
entregado ideólogo, era totalmente obvio que invadíamos Iraq no por nuestro
amor a la democracia sino porque es tal vez el segundo o tercer país más rico
en petróleo del mundo y porque se halla justo en medio de la región productora
más importante. Se supone que no puedes decir esto porque se considera una
teoría de la conspiración.
EEUU fue
seriamente derrotado en Iraq por el nacionalismo iraquí, sobre todo por la
resistencia no violenta. EEUU podía matar insurgentes pero no podía enfrentarse
a medio millón de personas que se manifestaban por las calles. Paso a paso,
Iraq fue capaz de ir desmantelando los controles establecidos por las fuerzas
ocupantes. En noviembre de 2007 estaba ya muy claro que iba a ser muy difícil
conseguir los objetivos estadounidenses. Y fue precisamente en ese momento
cuando se formularon explícitamente esos objetivos. Por tanto, en noviembre de
2007, la administración Bush II apareció con una declaración oficial acerca de
cómo debería ser cualquier acuerdo a que se llegase con Iraq. Debería cumplir
dos requerimientos importantes: uno, que EEUU debía ser libre para llevar a
cabo operaciones de combate desde sus bases militares, que conservaría; y dos,
“promover el flujo de inversiones extranjeras hacia Iraq, especialmente
de las inversiones estadounidenses”. En enero de 2008, Bush dejó todo
esto claro en una de las declaraciones con firma. Un par de meses después, en
vista de la resistencia iraquí, EEUU tuvo que olvidarse de ello. El control de
Iraq se le está escapando ya de las manos.
Iraq fue
un intento de restituir por la fuerza algo parecido al viejo sistema de control
pero ese intento fue repelido. Pienso que, por lo general, las políticas de
EEUU se han mantenido constantes y se remontan a la II Guerra Mundial. Pero su
capacidad para llevarlas a la práctica está reduciéndose.
¿Se debe esa merma de capacidad a su debilidad económica?
En parte,
porque el mundo es cada vez más diverso. Y cuenta con centros de poder cada vez
más diversos. Al final de la II Guerra Mundial, EEUU estaba en el cenit de su
poder. Tenía la mitad de las riquezas del mundo y todos sus competidores habían
acabado gravemente dañados o destruidos. Tenía una posición de seguridad
inimaginable y había desarrollado planes para dirigir básicamente el mundo, lo
cual, en aquella época, no era algo poco realista.
¿A eso se le llamó planificación de un “Área
Grandiosa”?
Sí,
inmediatamente después de la II Guerra Mundial, George Kennan, director del
equipo de planificación política del Departamento de Estado de EEUU, y otros
más, trazaron los detalles y después los llevaron a la práctica. Hasta cierto
punto, lo que está sucediendo ahora en Oriente Medio, en el Norte de África y
sobre todo en Sudamérica, nos hace retroceder a la década de los cuarenta del
pasado siglo. El primer éxito importante de resistencia frente a la hegemonía
estadounidense se produjo en 1949. En ese año fue cuando tuvo lugar un
acontecimiento que, curiosamente, se denomina como “la pérdida de
China”. Es una frase muy interesante que no se ha cuestionado nunca. Hubo
muchas discusiones sobre quién era el responsable de la pérdida de China. Se
convirtió en una inmenso conflicto interno. Pero es una frase muy interesante.
Sólo puedes perder algo cuando posees algo. Pero se daba por sentado que
poseíamos China y si luchaban por su independencia y la conseguían, habíamos
perdido China. Más tarde, llegaron las preocupaciones por “la pérdida de
Latinoamérica”, “la pérdida del Oriente Medio”, “la
pérdida de” ciertos países, todo ello a partir de la premisa de que
poseemos el mundo y todo lo que debilite nuestro control supone para nosotros
una pérdida y por eso nos planteamos cómo recuperarlo.
Si leemos
revistas de política exterior de ahora o si se nos ocurre la tontería de
ponernos a escuchar los debates de los republicanos, oiremos que están
planteándose: “¿Cómo podemos prevenir nuevas pérdidas?”.
Por otra
parte, se ha reducido drásticamente la capacidad de preservar el control. En
1970, el mundo era económicamente tripolar, con un centro industrial
norteamericano emplazado en EEUU, un centro europeo radicado en Alemania, más o
menos comparable en tamaño, y un centro en el este de Asia ubicado en Japón,
que entonces era la región con un crecimiento más dinámico del mundo. Desde
entonces, nuestro orden económico global se ha ido diversificando mucho. Por
eso es más complicado desarrollar nuestras políticas, pero los principios
subyacentes no han cambiado gran cosa.
Veamos la
doctrina Clinton. La doctrina Clinton postulaba que EEUU tenía derecho a acudir
al uso unilateral de la fuerza para asegurar un “acceso sin restricciones
a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos”. Eso
iba más allá de lo que dijo George W. Bush. Pero de forma discreta, no
arrogante ni abrasiva, por eso no causó gran alboroto. La creencia en que
tenemos ese derecho sigue en pie hasta el momento actual. Forma también parte
de la cultura intelectual.
Justo
después del asesinato de Osama bin Laden, en medio de todas aquellas
aclamaciones y aplausos, hubo unos cuantos comentarios críticos cuestionando la
legalidad del acto. Siglos atrás, había algo que denominábamos presunción de
inocencia. Si arrestas a un sospechoso, es sospechoso hasta que se pruebe que
es culpable. Debería habérsele llevado a juicio. Es una parte esencial del
derecho estadounidense que puede rastrearse hasta la Carta Magna. Por eso hubo
un par de voces que dijeron que quizá no debiéramos echar abajo toda la base
del derecho anglo-estadounidense. Eso produjo un montón de reacciones muy
indignadas y furiosas, aunque las más interesantes pertenecían, como de
costumbre, al extremo liberal de izquierdas del espectro. Matthew Iglesias, un
conocido y muy respetado comentarista de la izquierda liberal, escribió un
artículo en el que ridiculizaba esos puntos de vista. Dijo que eran
“sorprendentemente ingenuos”, absurdos. Después manifestó las
razones. Alegó que “una de las principales funciones del orden
institucional internacional es precisamente legitimar el uso de fuerza militar
letal por parte de las potencias occidentales”. Desde luego, no se
refería a Noruega. Quería decir Estados Unidos. Así que el principio en el que
se basa es que EEUU tiene derecho a utilizar la fuerza a voluntad. Hablar de
que EEUU viola el derecho internacional o algo parecido es asombrosamente
ingenuo, completamente absurdo. Por cierto, era yo el blanco de esos comentarios
y me siento feliz de confesar mi culpa. Creo que la Carta Magna y el derecho
internacional se merecen que les prestemos alguna atención.
Lo
menciono sólo para ilustrar que en la cultura intelectual, incluso en el
denominado extremo liberal de izquierdas del espectro político, los principios
fundamentales no han cambiado mucho. Pero la capacidad para ponerlos en
práctica se ha reducido bastante. Es por esa razón por la que se habla tanto de
la decadencia estadounidense.
Echemos
un vistazo al último número del año pasado de Foreign
Affairs, la principal revista del establishment.
En la portada, en negritas, pregunta: “¿Están acabados los EEUU?”.
Es la queja habitual de quienes piensan que deberían tenerlo todo. Si tú
piensas que debes tenerlo todo y hay algo que se te escapa, eso es una
tragedia, el mundo se está viniendo abajo. Por tanto, ¿están acabados los EEUU?
Hace mucho tiempo perdimos China, perdimos el Sureste Asiático, perdimos
Sudamérica. Quizá perdamos los países del Oriente Medio y el Norte de África.
¿Están acabados los EEUU? Es una especie de paranoia, pero es la paranoia de
los riquísimos y los poderosísimos. Si no lo tienes todo, es el desastre.
El New York Times
describe el “dilema político que define la Primavera Árabe: ¿cómo cuadrar
los contradictorios impulsos estadounidenses que incluyen el apoyo al cambio
democrático, el deseo de estabilidad con el recelo hacia los islamistas que se
han convertido en una fuerza política poderosa?” El Times identifica esos tres objetivos de
EEUU. ¿Qué piensa Vd. de ellos?
Dos de
ellos son exactos. EEUU está a favor de la estabilidad. Pero hay que recordar
qué significa estabilidad. Estabilidad significa conformidad ante las órdenes
estadounidenses. Por ejemplo, una de las acusaciones que se le hacen a Irán, la
supuesta gran amenaza de nuestra política exterior, es que está
desestabilizando Iraq y Afganistán. ¿De qué manera? Al tratar de ampliar su
influencia en los países vecinos. Por otra parte, nosotros
“estabilizamos” países cuando los invadimos y los destruimos.
En
ocasiones he citado una de mis ilustraciones favoritas de este hecho, que es de
un conocido y muy buen analista liberal de política exterior, James Chace,
antiguo editor de Foreign Affairs.
Cuando escribió sobre el derrocamiento del régimen de Salvador Allende y la
imposición de la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, dijo que teníamos que
“desestabilizar” Chile en aras a la “estabilidad”. Eso
no se percibe como contradicción, y no lo es. Teníamos que destruir el sistema
parlamentario para conseguir estabilidad, lo que significa que ellos tenían que
hacer lo que nosotros dijéramos. Por eso, sí, estamos a favor de la estabilidad
en ese sentido técnico.
Toda la
preocupación acerca del Islam político es tan sólo la preocupación ante
cualquier desarrollo independiente. Todo lo que sea independiente tiene que
preocuparte porque podría debilitarte. En realidad, es un poco irónico, porque
EEUU y Gran Bretaña han apoyado tradicionalmente y de forma decidida el
fundamentalismo radical islámico, no el Islam político, como fuerza para
bloquear el nacionalismo laico, que es su auténtica preocupación. Por eso, por
ejemplo, Arabia Saudí es el estado fundamentalista más extremista del mundo, un
estado islámico radical. Tiene auténtico celo misionero y está extendiendo el
Islam radical en Pakistán, financiando el terrorismo. Pero es el bastión de la
política estadounidense y británica. Lo apoyaron firmemente contra la amenaza
del nacionalismo laico de Gamal Abdel Nasser en Egipto y Abd al-Karim en Iraq,
entre otros muchos. No les gusta el Islam político porque podría independizarse
de ellos.
El
primero de los tres puntos, nuestro anhelo por la democracia, es como cuando
Stalin hablaba del compromiso ruso con la libertad y la democracia para el
mundo. Es el tipo de declaración de la que te ríes cuando la escuchas de
comisarios o clérigos iraníes, pero vas y asientes educadamente y quizá incluso
con admiración cuando la escuchas de sus homólogos occidentales.
Si nos
fijamos en los antecedentes, el anhelo de democracia es como una mala broma.
Algo que incluso han reconocido los principales eruditos aunque no lo
manifiesten de esa forma. Uno de los eruditos más importantes de la supuesta
promoción de la democracia es Thomas Carothers, que es bastante conservador y
está muy valorado: un neo-reaganita, no un liberal ardiente. Trabajó en el
Departamento de Estado con Reagan y tiene varios libros en los que revisa el
curso de la promoción de la democracia, que se toma muy en serio. Dice, sí, ese
es un ideal estadounidense profundamente asentado, pero tiene una rara
historia. La historia es que todas las administraciones estadounidenses son
“esquizofrénicas”. Apoyan la democracia sólo si se ajusta a
determinados intereses económicos y estratégicos. Carothers describe esto como
una especie de patología, como si los EEUU necesitaran de tratamiento
psiquiátrico o algo parecido. Desde luego que hay otra interpretación, pero no
puedes referirte a ella si eres un intelectual bien educado que se comporta de
forma adecuada.
A los pocos meses del derrocamiento del Presidente Hosni
Mubarak en Egipto, estaba sentado ya en el banquillo enfrentándose a
acusaciones penales y procesos judiciales. Sin embargo, es inconcebible que a
los dirigentes estadounidenses se les puedan pedir responsabilidades por sus
crímenes en Iraq y en otros lugares. ¿Es posible que eso pueda cambiar a corto
plazo?
¿Y nadie más tiene ese derecho?
Por
supuesto que no. Bueno, quizá nuestros clientes sí. Si Israel invade el Líbano
y mata a mil personas y destruye medio país, okey,
eso está muy bien. Resulta interesante. Barack Obama era senador antes de ser
presidente. No hizo gran cosa como senador, pero hizo un par de cosas, sobre
todo una de la que se sentía particularmente orgulloso. De hecho, si miras en
su página web antes de las primarias, hacía hincapié en el hecho de que,
durante la invasión israelí del Líbano, copatrocinó una resolución del Senado
que exigía que EEUU no hiciera nada para impedir las acciones militares de
Israel hasta que este país hubiera conseguido sus objetivos, y censuró a Irán y
Siria porque estaban apoyando a la resistencia frente a la destrucción de
Israel del sur del Líbano; por cierto, la quinta vez en 25 años. Por tanto,
ellos han heredado ese derecho. Y también otros clientes.
Pero los
derechos residen realmente en Washington. Eso es lo que significa poseer el
mundo. Es como el aire que respiras. No puedes cuestionarlo. El principal
fundador de la teoría contemporánea de las relaciones internacionales, Hans
Morgenthau, era realmente una persona muy decente, uno de los pocos científicos
políticos y especialistas en asuntos internacionales que criticó la guerra de
Vietnam en base a supuestos morales, no tácticos. Algo muy extraño. Escribió un
libro titulado “The Purpose of
American Politics”. Tú ya sabes lo que está por venir. Resulta
que los otros países no tienen objetivos. El objetivo de EEUU, por otra parte,
es “trascendente”: llevar la libertad y la justicia al resto del
mundo. Pero él es un buen académico, como Carothers. Por eso revisó los
antecedentes. Decía: “Cuando estudias los hechos, te encuentras con que
EEUU no ha estado a la altura de su propósito trascendente”. Pero después
dice que criticar nuestro propósito trascendente “es como caer en el
error del ateísmo, que niega la validez de la religión por motivos
similares”, esa es una buena comparación. Es una creencia religiosa
profundamente arraigada. Es tan profunda que va a ser difícil desentrañarla. Y
si cualquiera la cuestiona, se cae casi en la histeria y a menudo se hacen
acusaciones de ser anti-estadounidense o de “odiar a EEUU”,
conceptos interesantes que no existen en las sociedades democráticas, sólo en
las sociedades totalitarias y aquí, donde lo expuesto se da por sentado.
Noam Chomsky es profesor emérito en el Departamento de
Lingüística y Filosofía del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Es
colaborador habitual de TomDispatch
y autor de numerosas obras de análisis político, entre ellas la reciente
“Hopes
and Prospects” y “Making
the Future”.
El artículo recogido forma parte del libro que acaba de
publicar en enero Metropolitan Books: “Power
Systems: Conversations on Global Democratic Uprisings and The New Challenges to
U.E. Empire”, escrito junto a David Barsamian.