Articulo
de David Vine sobre la presencia masiva de Estados Unidos en Medio
Oriente, y sobre el imperio de bases Imperiales en todo el mundo y como
este país “defensor
de la democracia y la libertad” apoya a dictadores con tal que de tener
presencia militar…
TomDispatch.com
Desde
1980, con el lanzamiento de una nueva guerra contra el Estado Islámico
(EI) en Iraq y Siria, EEUU se ha embarcado ya en acciones militares
agresivas al menos en
trece países del Gran Oriente Medio. A partir de ese año, cada uno de
los presidentes estadounidenses ha invadido, ocupado, bombardeado o
emprendido la guerra en al menos un país de la región. La cifra total de
invasiones, ocupaciones, operaciones de bombardeo,
campañas de asesinatos con aviones no tripulados y ataques con misiles
de crucero llega a varias docenas.
Al
igual que en las anteriores operaciones militares en el Gran Oriente
Medio, las fuerzas estadounidenses que combaten al EI han contado con la
ayuda que supone poder
acceder y utilizar toda una colección sin precedentes de bases
militares. Ocupan una región que se asienta sobre la mayor concentración
del mundo de reservas de petróleo y gas natural, desde hace mucho
tiempo considerada como el lugar más importante del planeta
a nivel geopolítico. En efecto, desde
1980, el ejército de EEUU ha ido acuartelando gradualmente el Gran
Oriente Medio de forma tal que sólo podría encontrarse rival en el
acuartelamiento de Europa Occidental exhibido durante la Guerra Fría o,
en términos
de concentración, en las bases levantadas para emprender las pasadas
guerras de Corea y Vietnam.
Sólo
en el Golfo Pérsico, EEUU tiene bases importantes en todos y cada uno
de los países, excepto en Irán. Hay una base cada vez más importante y
más grande en Yibuti,
a pocos kilómetros de la Península Arábiga, atravesando el Mar Rojo.
Hay bases en Pakistán, en una punta de la región, y en los Balcanes, en
la otra; así como en las islas de Diego García y Seychelles, de
configuración estratégica. En Afganistán e Iraq, llegó
a haber en otro tiempo hasta 800 y 505 bases, respectivamente. Hace
poco, la administración Obama firmó un acuerdo con el nuevo Presidente
afgano Ashraf Ghani para mantener alrededor de 10.000 soldados en al
menos nueve bases importantes en su país más allá
de la fecha final de las operaciones de combate de finales de año. Las
fuerzas de EEUU, que nunca se fueron totalmente de Iraq después de 2011,
están ahora volviendo allí a cada vez más bases y en cifras incluso aún
mayores.
En
resumen, casi no hay forma de enfatizar cuán plenamente el ejército
estadounidense cubre ahora la región con bases y tropas. Esta
infraestructura de guerra lleva en
vigor mucho tiempo y se da por sentado que los estadounidenses
raramente piensan en ello y los periodistas casi nunca informan sobre la
cuestión. Los miembros del Congreso gastan cada año en la región miles
de millones de dólares en la construcción y mantenimiento
de esas bases, pero hacen pocas preguntas de adónde va a parar el
dinero, por qué hay tantas bases y qué papel juegan realmente.
Según una estimación, EEUU ha gastado en las últimas cuatro décadas
10 billones de dólares en proteger los suministros de petróleo del Golfo
Pérsico.
Al
acercarse su 35 aniversario, la estrategia de mantener esas estructuras
de guarniciones, tropas, aviones y buques en Oriente Medio ha
constituido uno de los grandes
desastres en la historia de la política exterior estadounidense.
La rápida desaparición del debate sobre nuestra más reciente y
posiblemente ilegal guerra, debería recordarnos
cuán fácilmente esta inmensa estructura de bases ha hecho que
cualquiera en la Oficina Oval se ponga a lanzar una guerra que parece
garantizar, al igual que las de sus predecesores, la puesta en marcha de
nuevos ciclos de muerte y miseria.
Esas bases, por su mera existencia, han ayudado a generar radicalismo y sentimientos antiestadounidenses.
Como quedó claro en el caso de Obama bin Laden y las tropas
estadounidenses en Arabia Saudí, las bases han fomentado la militancia y
los ataques contra EEUU y sus ciudadanos. Les han costado a los
contribuyentes miles de millones de dólares, a pesar de que
no sean realmente necesarias para asegurar el libre flujo global del
petróleo. Han desviado los impuestos del posible desarrollo de fuentes
de energías alternativas y de la satisfacción de otras necesidades
internas importantes. Y han servido también para
apoyar a dictadores y represivos regímenes antidemocráticos, ayudando a
bloquear la extensión de la democracia en una región controlada desde
hace mucho tiempo por gobernantes coloniales y autócratas.
Después
de 35 años construyendo bases en la región, es hora ya de mirar
cuidadosamente los efectos que el acuartelamiento del Gran Oriente Medio
ha tenido en la región,
en EEUU y en el mundo.
“Inmensas reservas de petróleo”
Aunque
la construcción de bases en Oriente Medio empezó decididamente en 1980,
hacía tiempo que Washington había intentado utilizar la fuerza militar
para controlar esta
franja de Eurasia tan rica en recursos y, con ella, la economía global.
Desde la II Guerra Mundial, como el difunto
Chalmers Johnson, experto en la
estrategia de las bases de EEUU, explicaba en 2004: “EEUU ha ido
inexorablemente adquiriendo enclaves militares permanentes cuyo único
objetivo parece ser el dominio de una de las áreas más importantes
estratégicamente del
mundo”.
En
1945, después de la derrota de Alemania, los secretarios de Guerra,
Estado y Marina presionaron, de forma reveladora, para que se completara
una base parcialmente
construida ya en Dharan, Arabia Saudí,
a pesar de la determinación del ejército de que no era necesaria para
la guerra contra Japón. “La construcción inmediata de este campo
[aéreo]”,
postulaban, “mostrará el firme interés estadounidense en Arabia Saudí
y, por tanto, tenderá a fortalecer la integridad política de ese país
donde inmensas reservas petrolíferas están ahora en manos
estadounidenses”.
En 1949, el Pentágono había establecido una pequeña fuerza naval permanente para Oriente Medio (MIDEASTFOR) en Bahrein.
A principio de los sesenta, la administración del Presidente John F.
Kennedy empezó a instalar fuerzas navales en el Océano Índico, justo al
lado del Golfo Pérsico. En el plazo de una década, la Marina había
creado en la isla de Diego García, bajo control
británico, los cimientos de lo que se convertiría después en la base
más importante de EEUU en la región.
Mientras,
en esos primeros años de la Guerra Fría, Washington buscaba por lo
general aumentar su influencia en Oriente Medio apoyando y armando a
poderes regionales como
el Reino de Arabia Saudí, el Irán del Shah e Israel. Sin embargo, en
los meses de la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en 1979 y
la revolución en Irán de 1979 para derrocar al Shah, ese enfoque
relativo de no intervención había dejado de existir.
Acumulando bases
En
enero de 1980, el Presidente Jimmy Carter anunció la catastrófica
confirmación de la política estadounidense que llegaría a conocerse como
Doctrina Carter. En su discurso del Estado de la Unión, advirtió
de la potencial pérdida de una región “que contenía más de las dos
terceras partes del petróleo exportable del mundo” y “ahora amenazado
por las tropas soviéticas” en Afganistán, lo que
representaba “una grave amenaza al libre movimiento del petróleo del
Oriente Medio”.
Carter
advirtió que “cualquier intento por parte de una fuerza exterior para
hacerse con el control de la región del Golfo sería considerado un
ataque contra los intereses
vitales de los Estados Unidos de América”. Y añadió explícitamente: “Un
ataque de esa clase será repelido por todos los medios necesarios,
incluida la fuerza militar”.
Con
estas palabras, Carter lanzaba una de los mayores esfuerzos de
construcción de bases de la historia. Él y su sucesor, Ronald Reagan,
presidieron la expansión de bases
en Egipto, Omán, Arabia Saudí y otros países de la región para que
albergaran una “Fuerza de Despliegue Rápido”, con la misión de realizar
una guardia permanente sobre los suministros de petróleo del Oriente
Medio. Especialmente la base área y naval en Diego
García se amplió a un ritmo más rápido que cualquier otra base desde la
guerra en Vietnam. En 1986, se habían invertido más de 500 millones de
dólares. En poco tiempo, el total subió a miles de millones.
Muy
pronto, esa Fuerza de Despliegue Rápido creció hasta convertirse en el
Mando Central de EEUU, que ha dirigido ya tres guerras en Iraq
(1991-2003, 2003-2011, 2014-);
la guerra en Afganistán y Pakistán (2001-); la intervención en el
Líbano (1982-1984); una serie de ataques a escala menor en Libia (1981,
1986, 1989, 2011); Afganistán (1988) y Sudán (1998);
y la “guerra de los
buques-cisterna petroleros” con Irán (1987-1988), que llevó al derribo
accidental de un avión civil iraní, matando a 290 pasajeros.
Mientras
tanto, en Afganistán, durante la década de los ochenta, la CIA ayudó a
financiar y a orquestar una importante guerra encubierta contra la Unión
Soviética apoyando
a Osama bin Laden y otros muyahaidines extremistas. El Mando ha jugado
también un papel destacado en la guerra de aviones no tripulados en
Yemen (2002-) y en la guerra tanto abierta como encubierta en Somalia
(1992-1994, 2001-).
Durante
y después de la I Guerra del Golfo de 1991, el Pentágono amplió de
forma espectacular su presencia en la región. Se desplegaron cientos de
miles de soldados
en Arabia Saudí en preparación de la guerra contra el autócrata iraquí y
antiguo aliado Sadam Husein.
Y tras esa guerra, en Arabia Saudí y Kuwait se dejaron miles de
soldados y
una infraestructura de bases significativamente ampliada. En otros
lugares del Golfo, el ejército extendió su presencia naval a una antigua
base británica en Bahrain, que alberga allí ahora a la V Flota.
Las principales instalaciones
aéreas se construyeron en Qatar, y las operaciones de EEUU se ampliaron a
Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Omán.
La
invasión de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003 y las consiguientes
ocupaciones de ambos países llevaron a una expansión aún más
espectacular de las bases en la región.
En el momento más crítico de las guerras, había más de 1.000 puestos de
control, puestos de avanzadas y bases importantes estadounidenses sólo
en los dos países. El ejército construyó también nuevas bases en
Kirguizistán y Uzbekistán (ya cerradas), exploró
la posibilidad de hacer lo mismo en Tayikistán y Kazajstán, y al menos
sigue utilizando varios países centroasiáticos como rutas logísticas
para suministrar a las tropas en Afganistán y orquestar la actual
retirada parcial.
Aunque
la administración Obama no consiguió mantener 58 bases “duraderas” en
Iraq tras la retirada de EEUU de 2011, ha firmado un acuerdo con
Afganistán que permite que
permanezcan tropas estadounidenses en el país hasta 2024 y mantiene el
acceso a la Base Aérea de Bagram y al menos a ocho importantes
instalaciones más.
Una infraestructura para la guerra
Incluso
sin una gran infraestructura permanente de bases en Iraq, el ejército
estadounidense ha contado con todas las opciones posibles en lo que se
refiere a emprender
su nueva guerra contra el EI. Tras la retirada de 2011, sólo en ese
país sigue habiendo una importante presencia estadounidense en forma de
instalaciones parecidas a una base del Departamento de Estado, así como
la mayor embajada sobre el planeta en Bagdad
y un gran contingente de contratistas militares privados. Desde el
comienzo de la nueva guerra, han regresado allí al menos 1.600 soldados,
que están operando desde un Centro de Operaciones Conjuntas en Bagdad y
en una base en la capital del Kurdistán iraquí,
en Irbil. La pasada semana, la Casa Blanca anunció que iba a pedirle al
Congreso que autorizara 5.600 millones de dólares para enviar 1.500
asesores más y otro personal diverso destinados al menos a dos nuevas
bases en Bagdad y la provincia de Anbar. Las fuerzas
de operaciones especiales y otros efectivos están seguramente operando
ya desde lugares aún no revelados.
También
son muy importantes instalaciones como el Centro de Operaciones Aéreas
Combinadas en la Base al-Udeid de Qatar. Antes de 2003, el centro de
operaciones aéreas
del Mando Central para todo Oriente Medio estaba en Arabia Saudí. Ese
año, el Pentágono lo trasladó a Qatar y, oficialmente, retiró las
fuerzas de combate de Arabia Saudí. Eso fue en respuesta al bombardeo en
1996 del complejo militar de las Torres Jobar en
el reino, otros ataques de al-Qaida en la región y la creciente ira,
explotada por este grupo, por la presencia de tropas no musulmanas en la
tierra santa musulmana. Al-Udeid alberga ahora alrededor de 9.000
soldados y contratistas que están coordinando gran
parte de la nueva guerra en Iraq y Siria.
Kuwait
ha sido un enclave igualmente importante para las operaciones de
Washington desde que las tropas estadounidenses ocuparon el país durante
la I Guerra del Golfo.
Kuwait sirvió de área principal de preparación y centro logístico de
las tropas terrestres en la invasión y ocupación de Iraq de 2003.
Se estima que en Kuwait siguen
aún 15.000 soldados y, según se informa, el ejército estadounidense está
bombardeando las posiciones del EI utilizando aviones que despegan de
la base aérea Ali al-Salem en Kuwait.
Como
un transparentemente promocional artículo del Washington Post
confirmaba esta semana, la base aérea de al-Dhafra, en los Emiratos
Árabes Unidos, ha lanzado más
ataques aéreos en la actual campaña de bombardeos que cualquier otra
base en la región.
Ese país alberga alrededor de 3.500 soldados sólo en al-Dhafra, así
como el puerto más activo
de la Marina en ultramar. Los bombarderos de largo alcance B-1, B-2 y
B-52 estacionados en Diego García ayudaron a lanzar las dos Guerras del
Golfo y la guerra en Afganistán. Es probable que esa base insular esté
también jugando un papel en la nueva guerra.
Cerca de la frontera iraquí, alrededor de 1.000 soldados
estadounidenses y aviones de combate F-16 están operando desde una base jordana. Según
el último recuento del Pentágono, el ejército de EEUU tiene 17 bases en
Turquía. Aunque el gobierno turco
ha impuesto restricciones en su uso, al menos algunas de ellas se están
utilizando para enviar aviones no tripulados de vigilancia sobre Siria e
Iraq.
Puede que en Omán estén utilizándose hasta siete bases.
Bahrein
es ahora la sede de todas las operaciones en Oriente Medio de la
Armada, incluyendo la V Flota, generalmente dedicada a asegurar el libre
flujo de petróleo y otros
recursos a través del Golfo Pérsico y vías navegables de los
alrededores. En el Golfo Pérsido hay siempre hay al menos un
portaaviones preparado para el ataque, toda una base flotante. Por el
momento, el USS Carl Vinson está estacionado allí, una crucial
plataforma
de lanzamiento para la campaña aérea contra el Estado Islámico. Otros
navíos que operan en el Golfo y el Mar Rojo han lanzado misiles de
cruceros hacia Iraq y Siria. La Armada tiene incluso acceso incluso a
una “base flotante de concentración de tropas” que
sirve de base “nenúfar” para helicópteros y barcos patrulleros en la
región.
En Israel, hay hasta seis bases secretas estadounidenses
que pueden utilizarse para
armamento y equipamiento de uso rápido en cualquier lugar de la zona.
Hay también una “base de facto estadounidense” para la flota de la
Armada en el Mediterráneo. Y se sospecha que hay también en uso otros
dos lugares secretos.
En Egipto, las tropas de EEUU
han mantenido al menos dos instalaciones y ocupado al menos dos bases en
la Península del Sinaí desde 1982 como parte de una operación de
mantenimiento de la paz de los Acuerdos de Camp David.
En otros lugares de la región,
el ejército ha establecido un conjunto de al menos cinco bases para aviones no tripulados en Pakistán; ampliado una base fundamental en
Yibuti en el estratégico cuello
de botella entre el Canal de Suez y el Océano Índico; creado o adquirido
el acceso a las bases en Etiopía, Kenia y las Seychelles; y establecido nuevas bases en Bulgaria y Rumania, en combinación con la base en Kosovo
de la época de la administración Clinton, a lo largo de la orilla occidental del Mar Negro, rico en gas.
Incluso en
Arabia Saudí, a pesar de la retirada pública, sigue allí presente un
pequeño contingente militar de EEUU con objeto de entrenar al personal
saudí y mantener
“calientes” las bases como potenciales apoyos en caso de
conflagraciones inesperadas en la región o, presumiblemente, en el
mismo Reino. En años recientes, el ejército ha establecido incluso una
base secreta para aviones no tripulados en el país, a pesar
de los reveses que Washington ha experimentado en sus anteriores
aventuras con las bases saudíes.
Dictadores, muerte y desastre
La
presencia actual de EEUU en Arabia Saudí, aunque modesta, debería
recordarnos los peligros de mantener bases en la región. El
acuartelamiento de la tierra santa musulmana
fue para al-Qaida una importante herramienta de reclutamiento y parte
del motivo profesado por Osama bin Laden para los ataques del 11-S.
(Osama denominó la presencia de tropas estadounidenses “la mayor de las
agresiones sufridas por los musulmanes desde la
muerte del profeta”.) De hecho, las bases y tropas estadounidenses en Oriente Medio han sido un “importante catalizador del antiamericanismo y la radicalización”
desde que un suicida-bomba mató a 241 marines en el Líbano en 1983.
Otros ataques se produjeron
en Arabia Saudí en 1996, el Yemen en 2000 contra el barco USS Cole y
durante las guerras en Afganistán e Iraq. Las investigaciones han
mostrado una fuerte correlación entre la presencia de las bases
estadounidenses y el reclutamiento de al-Qaida.
Parte
del sentimiento de rabia contra EEUU se deriva del apoyo que las bases
estadounidenses ofrecen a regímenes opresores y antidemocráticos.
Pocos de los países del Gran
Oriente Medio son totalmente democráticos y algunos están entre los
peores violadores de los derechos humanos del mundo. Y es escandaloso que el gobierno estadounidense haya ofrecido sólo tibias críticas al gobierno bahreiní
cuando este reprimió violentamente, con la ayuda de saudíes y emiratíes, a los manifestantes que defendían la democracia.
Aparte
de Bahrein, las bases estadounidenses se encuentran en la lista de lo
que el Índice de Democracia del Economist llama “regímenes
autoritarios”, incluyendo a Afganistán,
Bahrein, Yibuti, Egipto, Etiopía, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia
Saudí, EAU y Yemen.
El mantenimiento de bases en
esos países sirve para sustentar a autócratas y otros gobiernos
represivos, hace a EEUU cómplice de sus crímenes y socava gravemente los
esfuerzos para extender la democracia y mejorar el bienestar de los
pueblos por todo el
mundo.
Desde
luego, el uso de bases para lanzar guerras y otro tipo de
intervenciones cumple el mismo papel, generando rabia, antagonismo y
ataques antiestadounidenses. Un
informe reciente de la ONU sugiere que la campaña aérea de Washington
contra el EI ha llevado a militantes extranjeros a unirse al movimiento a
“una escala sin precedentes”.
Y
así, lo más probable es que continúe el ciclo bélico iniciado en 1980.
“Aunque EEUU y las fuerzas aliadas consigan derrotar a este grupo
militante”, escribe el coronel
retirado del ejército y científico político Andrew Bacevich sobre el
EI, “hay pocos motivos para esperar” un resultado positivo en la región.
Al igual que Bin Laden y los muyahaidines afganos se transformaron en
al-Qaida y los talibán, y al igual que los ex
baazistas iraquíes y seguidores de al-Qaida en Iraq se han transformado
en el EI, dice Bacevich, “siempre hay esperando al acecho cualquier
otro Estado Islámico”.
La
Doctrina Carter de la estrategia de construcción de bases y
reforzamiento militar, y su creencia en que “la hábil utilización del
poder militar de EEUU” podría asegurar
los suministros de petróleo y resolver los problemas de la región
estuvo, añade, “viciada desde el principio”. En vez de proporcionar
seguridad, la infraestructura de bases en el Gran Oriente Medio ha
facilitado aún más el hecho de emprender guerras lejos
de casa. Ha posibilitado toda una variedad de guerras y una política
exterior intervencionista que ha propiciado repetidos desastres en la
región, en EEUU y en el mundo. Desde 2001, las guerras de EEUU en
Afganistán, Pakistán, Iraq y el Yemen han causado como
mínimo centenares de miles de muertes y posiblemente más de un millón
de muertos sólo en Iraq.
La
triste ironía es que cualquier deseo legítimo de mantener el flujo
libre del petróleo regional para la economía global podría haberse
ejercido mediante otros medios
mucho menos caros y letales. Es innecesario mantener decenas de bases,
que cuestan miles de millones de dólares al año, para proteger los
suministros de petróleo y asegurar la paz mundial, especialmente en una
era en la que EEUU sólo consigue de la región
alrededor del 10% de su petróleo y gas natural neto. Además de los
daños directos que nuestro gasto militar ha causado, ha desviado el
dinero y la atención del desarrollo de fuentes energéticas alternativas
que podrían liberar a EEUU y al mundo de la dependencia
del petróleo del Oriente Medio y del ciclo de guerras que nuestras
bases militares vienen alimentando.
David Vine es profesor adjunto de antropología en la American University en Washington DC.
Es
autor de Island of Shame: The Secret History of the U.S. Military Base
on Diego Garcia (Princeton University Press, 2009). Ha escrito para New
York Times, Washington
Post, The Guardian, y Mother Jones, entre otras publicaciones. Su nuevo
libro Base Nation:
How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World, aparecerá publicado en 2015 en Metropolitan Books.
Su página web es: www